Llego al aeropuerto y me desplomo en el asiento. Un par de llamadas antes de comenzar a perderse en la nada. No tener que pensar ni decidir nada en las próximas horas, no tener que tomar ninguna decisión ni estar en ninguna parte, sólo esperar, atender una llamada que incorporo al piloto automático de la espera. Vuelo sobre Madison y recuerdo que ya fue en enero cuando vi la ciudad desde arriba, nevada, bajo cero. Siento un escalofrío. Vuelvo a mirar por la ventanilla y me empapo de verde. Magnífica la imagen.
A medida que las horas pasan me doy cuenta de que me voy despojando de este invierno a girones. No vale impacientarse, ni con lo tardío de la primavera ni con los vuelos o el tiempo de las esperas. Chicago, San Francisco, Reno... No importa el destino, una vez que entras, ese mundo de aviones y aeropuertos domina el panorama en el que no hay horas, ni días, ni señales tangibles de algo que no sea lo que tú mismo creas. Ves una llegada,
un estado del cielo a las 5:04 pm, por ejemplo
y luego desconectas.
A media noche, dos horas más en Madison y nueve más en España, alguien te recogerá en Reno y será cuando pasado y presente vuelvan a fundirse una vez más y cuando el otro viaje comience realmente.
4 comentarios:
¡Cuán cierto es que, en ese ir y venir, el tiempo se descompone y pierde toda su consistencia!
Me alegro de que hayas llegado bien a tu destino.
Un beso
Gracias preciosidad,
tu buena estrella me cuida. Lo sé.
Un abrazo
¡hola raquel! veo que lo del "estado del cielo" ha calado, ja, ja
gracias por el guiño y un abrazo muy fuerte para allá
sw,
lo tengo ya tan interiorizado que no pasa un día sin que mire para arriba y diga, entropía, sw, el estado del tiempo.
Un besote!
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