Subíamos muchas veces al Cerrito San Pedro. Entonces nos parecía que estaba muy lejos, como todas las distancias que se le hacen a uno tan largas cuando se es pequeño.
En la época de siega y trilla, ésta era una de las eras, donde el trillo de madera y astillas de piedra cortante y dura hacía su trabajo, donde veníamos a ver cómo se hacía. Olía a paja seca.
Cuando no, subíamos a jugar y a buscar saltamontes. ¿Te acuerdas del calor, el sonido de las chicharras, el sol inclemente y poderoso? También subíamos a jugar en el depósito del agua que tan alto e impracticable igualmente nos parecía. (Será que cuando se es niño, toda dimensión de tiempo y espacio se convierte en abismo. Aunque cuando somos menos niños, ese abismo en la percepción permanece. Es sólo que aprendemos a manejarlo de otra manera y a entenderlo desde una subjetividad que acomodamos a nuestra limitada percepción.)
A medida que nos hacíamos mayores, las cosas fueron cambiando. Construyeron otro depósito de agua y además pusieron una torreta de recepción telefónica. Hace dos años añadieron otra. Las distancias se acortaron y las alturas fueron menores. La trilla dejó de hacerse. Ahí se quedó el Cerrito, un poco pelado y solo. Ahí mirábamos esas luces rojas a lo lejos, la torre artificial que para nada era amiga de estrellas y noches a ellas entregadas, con grillos, aire templado y el juego del abismo en la transparencia.
Eso sí, poco ha cambiado en la carretera que hasta allí lleva
El camino de subida sigue estando maltrecho y desgastado, y nada más subir, el pueblo asoma recogido entre sus árboles
Desde ahí se sigue viendo la subida al Balcón de Extremadura, donde tanto nos gusta ver atardeceres o sentarnos a estirar hilillos invisibles que alcancen las estrellas en sus madrugadas
Ahora es el rato del paseo y ya se puede caminar por la carretera de los olivos
Al otro lado, la Sierra de Francia
Aún pican las hierbas secas en el Cerrito, aún el tomillo se vierte generoso,
aún las escobillas se abanican en su levedad
y los viejos pinos siguen ahí, habitados pero vivos,
como la luz del sol cuando entro en el jardín
jugando entre la luz que le da vida
Ya no se trilla en el Cerrito, no huele a paja seca y los saltamontes se han ido. Ahora hay unas antenas muy altas con luces rojas. No se puede tener todo.
6 comentarios:
Cuando somos pequeños es fácil que todo nos parezca lejano, alto y enorme... con los años el punto de vista se va elevando y los tamaños y volúmenes ser relativizan mucho más. Los escalones son menos altos, los paseos más cortos y la gente más bajita... Je!Je!
Eso sí, es una pena que la era haya perdido su función (las ventajas de la vida moderna, supongo) y que los saltamontes hayan desaparecido. Es cierto... cada día se ven menos saltamontes y más pequeños... al menos yo lo veo así por estas tierras. Claro... no se puede tener todo.
Bicos ;-)
El que no se puede todo en la vida, eso esta claro.
La foto donde se ven dos personas caminando y la del árbol son bellisimas.
Un beso
He estado en la Sierra de Francia. Olé, olé, olé... aunque no al otro lado...
Banderas,
así es. Dime de las mariposas allí por tus montes. Cada vez veo menos. (Justo ahora estoy recordando tu entrada acerca de las mariposas monarca.)
Un besote
Magda,
creo que la gente sigue siendo la que le da el sabor a los sitios. En un sitio pequeño como éste, es incluso más evidente.
Besos
Dintel,
entonces hay que empezar a planear un viaje por esta otra parte, un poco mas pobre pero de paisajes abiertos y hechos para dejarse admirar.
es la gente, y eso se puede afirmar rotundamente, la que hace a los lugares...
Magda,
sí. Tú bien lo sabes.
Un abrazo grande
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