Vida

Ahí sentada, con el día gris asomando tras los cristales, hojeo viejos libros de poemas: Kavafis, Artaud, Ángel González. Un halo de tristeza en lo que leo, melancolía. A veces las páginas se abren así, caprichosas, eligiendo un código de comunicación.
Y a pesar de eso y de lo gris del día, no hay tristeza

Debe ser la fuerza interior, la vida que suena. Con razones o sin ellas, los días se escriben como la poesía, con ritmo propio, con una fuerza que no reduce el valor de lo estético sino que lo realza, la capacidad de sugerencia como la hermosura de lo imprevisto, el poder de evocación como arroyo incansable, largo y presente.

Veo esto a través de la ventana

y el título de un poema de Ángel González me lleva de la mano. Es el
“Soneto para imaginarte con exactitud” y dice:

Pensarte así: la sombra, deslumbrada
se pliega al resplandor de tu sonrisa,
retrocede ante ti, pasa, sin prisa,
de gris a rojo, de naranja a nada.

Imaginar aún más: la desbandada
súbita de palomas que, imprecisa,
despliega a contravuelo de la brisa
la claridad de su bandera alada,

no es más que tu disperso pensamiento
que tiñe los colores de la tarde
con la luz que devana tu cabeza.

Palomar golpeado por el viento:
cierra los ojos, guarda —pues ya arde
en el cielo bastante— tu belleza.

Me parece hermosa la conjunción, búsqueda y azar entrelazando manos al dibujar la vida.