A pesar de que sean veinte horas de viaje o de que la noche y el día se entrecrucen y confundan sus barreras, merece la pena despertar en Bogotá. Alfonso y Estela nos esperan para tomar un tinto (café solo) con arepa, para compartir un "ratico" antes del vuelo a Bucaramanga. Les conocimos cuando vinimos a Colombia por primera vez en enero de 2006. Anfitriones perfectos y generosos entonces y ahora, volver a estar con ellos es recordar muchas cosas de aquel otro viaje; vivirles ahora, entender que la amistad es duradera y que la gente es nodo esencial que nos ayuda a sentir la identidad que necesitamos para sentirnos parte de algo y que le da sentido a las cosas, el núcleo que nos deja vivir todo de forma más intensa y cercana.
Son 35 minutos de vuelo a Bucaramanga (14 horas por carretera). Dejamos Bogotá envuelta en sus nubes cargadas de lluvia y vamos al este, a la zona de Santander. A medida que nos acercamos, los Andes asoman sin esfuerzo,
el río Chicamocha atravesando el valle,
fuerte, imparable. Luego va asomando Bucaramanga, la ciudad que con su más de un millón de habitantes, domina esta parte de Santander, verde como la otra del norte de España
Vivo la llegada recordando la de hace tres años: todo nuevo entonces, un reconocer ahora. Ahí está José, el hermano de Enrique, otro gran anfitrión que entonces y ahora nos hace la vida mucho más fácil. (Junto a él, Rosi, su mujer, y otras muchas personas que hacen que todo funcione sin que tengas que hacer mucho esfuerzo).
Como entonces, ahora vamos a ver a la familia Rueda Sarmiento. Un abrazo grande de bienvenida nos espera.
Es la estación de lluvias y el cielo amenaza. Todo está muy verde. Hace calor y hay mucha humedad. Pero esa lluvia
aguanta hasta mucho más tarde, después de que hayamos comido y hasta descansado un rato antes de ir a uno de los conciertos que forman parte de las actividades del festival.
Para cuando llegamos al concierto, ya casi ha dejado de llover. Oscurece temprano. Son poco más de las seis y la noche ya llega. El concierto es un lugar cerca de esa capilla, la más antigua de Bucaramanga
Aunque llegamos un poco tarde, el grupo Bandola está terminando de hacer la prueba de sonido
- ¿A qué hora empieza el concierto?
- Hora colombiana, siempre tarde (nos dicen unos señores con los que después seguiríamos la conversación).
La sala de conciertos está en un edificio restaurado con un gusto impresionante. Me cuentan Enrique y José que ahí estudiaron ellos, "cuando era bien feo y hasta parecía que las puertas se iban a caer". No es así ahora. El edificio se llama "La casa del libro total", la casa de una biblioteca virtual, un espacio para exposiciones y otras actividades culturales.
Al terminar el concierto nos fuimos al Festivalito, en Ruitoque, a unos veinte minutos del centro de Bucaramanga. La música ya está sonando y la carpa ampara de la lluvia a músicos y público. Este es el Festivalito.
Recogemos nuestros pases, los programas, y nos sentamos a escuchar. Ahí nos quedamos hasta más de media noche. No puedo dejar de pensar en los últimos festivales en los que he estado últimamente, Tlacotalpan, Cosquín. Me uno a ese público que se sienta a disfrutar de la música en silencio. Es parte de ellos, de su historia, su cultura. Es la música de los pueblos. En algún momento, el espacio en sí deja de ser significativo, estás ahí pero también en cualquier otro lugar donde las gotas de lluvia se escuchan al caer sobre la carpa, sientes la humedad, las chicarras y los grillos con su propio concierto. Estás ahí.
Hay toda una red de actividad coordinada tras el escenario de la que no te das cuenta pero que está ahí. Los grupos van pasando. El presentador los grupos mientras el sonidista arregla los micrófonos. Todo fluye. Parece que hoy son pocos los grupos que conforman el formato más tradicional de guitarra, bandola y tiple
La variedad en instrumentación y estilos está presente, desde el bambuco acompañado por guitarra, tiple, contrabajo y viola
a las composiciones en el estilo más clásico-contemporáneo. Me gustaron mucho las composiciones de Pablo ALmarales Blanco
El contraste es también rico. Ahí está el grupo Rescatando el Folclor, con su requinto y tiple, y muchos instrumentos de percusión pequeña (esterilla, zambumbia, chucho, guacharaca, alfandoque, cucharas y carraca)
Y ahí la Coral Universitaria UIS con su sonido lleno,
el Quinteto de Clarinetes Pa'Ya con sus pasillos y cumbias,
o el más tradicional bambuco cantado por el Dueto Las Zurronas
No sólo la música andina está represnetada. Ahí está la de la costa con sus contagiosos currulaos,bullerengues y tamboras con el grupo Kuisitambó,
los niños tocando y bailando también porque así es, es la forma de conservar la tradición y porque también ellos tienen que aprender (me dicen)
y los merengues campesinos del grupo Los Manantiales del Recreo
Asombra llegar a estos pequeños rincones del mundo, encontrar tanta riqueza humana y cultural, poder ser parte de todo eso.