domingo, diciembre 31, 2006

A Zarza con niebla

Por esa misma carretera por donde pasó la vuelta ciclista a España a fines de agosto de este año, la que lleva a la nacional 630 para llegar a Plasencia y de ahí a Cáceres, bajamos desde Lagunilla a Zarza de Granadilla. Hay niebla. Apenas si se alcanzan a ver algunos olivos a la orilla de la carretera. Nada más se distingue. Pero el pueblo de Zarza se mueve en sus faenas, la gente que sale de la panadería, de la tienda de regalos, de la pescadería, del bar en el que se permite fumar

El cartero también pasa, cartas en la mano, acento extremeño cuando le preguntas cómo llegar a tal lugar. Levedad en la lluvia que suave se deja sentir. No caminamos mucho. Sólo para recorrer la calle principal, la plaza de la iglesia. Poco más. El campanario de la iglesia, inconfundiblemente español con sus nidos de cigüeñas

Esta ventana me recuerdan a algunos de los marcos de ventanas y puertas en Cartagena, Colombia. Esta más pobre y humilde. Aquellas llenas de color


sábado, diciembre 30, 2006

Cada época, su afán. Cada comida, un lugar

Cada estación del año invita a comer cosas diferentes. Potajes y sopas calientes son más agradecidos en épocas de frío, y nada como comer un gazpacho extremeño o andaluz en pleno verano. En cada lugar, su afán también, sus costumbres. Piensas mar o ríos y piensas pescado. Piensas sierra y piensas carne. En esta parte de la sierra del sur de Salamanca, las carnes ocupan el centro de cualquier menú. Es especialmente el cabrito una de las carnes mejor preparadas y una de las más típicas de la zona. Asado o cuchifrito, suele ser incomparable. El embutido también merece un sitio especial entre las especialidades y los sabores tradicionales, sabores en y de la memoria, en las costumbres culinarias.
La vida de los pueblos pequeños reúne la sabiduría de muchos años de sobrevivir a mil abatares y mil dificultades, la no tan fácil comunicación por tierra de años atrás, las carencias económicas en regiones no muy agraciadas con tierras de cultivo o de pastoreo. Hace poco hablábamos de lo mucho que en un pueblo pequeño como este siempre hemos reciclado: las mondas para los cerdos del señor tal, estos restos para las gallinas de la señora cuál, el bote vacío para esta mermelada, aquel para cocer al baño maría y guardar. Se secaban los higos, se guardaba la fruta en el desván para que se conservara un poco mejor, se metían los quesos en aceite, se hacía el vino para el año, las conservas, las mermeladas, el membrillo. Se comían las frutas o verduras de la época, te subías a los cerezos a comer las cerezas, recogías fresas, escarapuchabas y comías castañas. El pan y la leche se compraban a diario, y el queso fresco, se veía hacer. Recién hecho, recién recogido. Comida orgánica, ecológica -en cada país un nombre, la misma moda, la misma necesidad, la misma tendencia a volver a lo natural-. Y por si acaso no se comía suficiente proteína, se hacía la matanza, anualmente, después de haber engordado el cerdo, en época de frío para que la carne pudiera secar. El embutido serviría para el resto del año, el tocino también, para dar sabor a otros guisos, para comerlo tal cual. Se hacía jabón con las grasas sobrantes, morcillas, tortas de chichorra para satisfacer el dulce paladar de los más chiquillos. La sangre se freía, las costillas se preparaban para hacerlas durar. Nada se tiraba.

Y hoy estamos haciendo chorizos. No hemos matado un cerdo. Carne encargada, comprada, guisada a tu gusto. Se deja reposar durante la noche para que aliñada, coja el gusto. Todo casero, todo medido, pero con ese márgen de “a ojo” que es tan necesario para que algo sea inconfundible y particular.
La carne es de paleta, cabecero y manto (el gordo de la panceta). Los chorizos blancos solo llevan salchichonal (un preparado de sal y diferentes especias, con sal, pimienta y nuez moscada incluídas) y ajo. Los rojos, la sal y el pimentón (23 gr. de sal y 23 de pimentón al kilo de carne; pero claro, depende de cómo sea el pimenton y basta con unos 18gr. si es fuerte, de eso te das cuenta en cuanto lo ves). También llevan clavo, pimiento y ajo machacado. Además, cuando se le meten las especias a las chichas, un buen chorro de aceite de oliva para suavizarlas no les viene nada mal.
La elaboración no es complicada. Pero sí tener la mano, la costumbre, saber cómo.

Echando el ajo a la carne

Y el pimentón


Las tripas ya se han preparado de antemano también, unas más anchas y otras más estrechas. Después de lavarlas hay que coserlas por un extremo. Y ahí se dejan, en agua, con vinagre y una cáscara de limón o naranja para aliviar el olor.
A la hora de hacer los chorizos y salchichones, la mano sabia debe estar al tanto todo, para cualquier detalles. Aunque es el trabajo de más de uno: quien le da a la máquina, quien sostiene la tripa mientras se va llenando y decide cuánto entra y dónde termina, otro anudando el extremo final de la tripa con la cuerda y haciendo la somosta (el nudo final), alguien más para picar el chorizo para que salga el aire caprichoso si es que hay, y que respire y se asiente un poco la carne, (y picar sobretodo los corujones, acuérdate) y ya, al final, pasarles un paño para secarlos y quitarles la rebaba, y colgarlos en el tenderete artificial en esa bodega que está más fresca porque ahora ya no hay cocinas con chimenea y lumbre de leña en el suelo, ni con con techos de travesaños con puntas clavadas donde poder colgar el embutido, ni humo, ni aire de la sierra colandose por puertas mal ajustadas.

Embutiendo


Haciendo la somosta


Y el otro nudo para poderlo colgar


Los primeros que cuelgan


En pocos días, los más crudos para asar. Los demás, para el resto del año.

viernes, diciembre 29, 2006

Engalanados de sencillez

Se me antojan caprichosos estos días engalanados de sencillez. Llenos de vida y presencia. Mimados. Me pierdo en sus líneas claras, en las voces cercanas que me invitan a su trono de seducciones. Poderosa sencillez.

jueves, diciembre 28, 2006

Con el curso del río

Hay un magnífico recorrido desde Lagunilla al pueblo de Riomalo –frontera entre Salamanca y Cáceres- pasando por Valdelageve, las puentes del Soto y Soto Serrano. El recorrido es uno más de los mil rincones que por descubrir me quedan. Las montañas de la Sierra de Béjar dan paso a las de la Sierra de Francia, el roble al pino y a los campos de olivos tendidos sobre las laderas de los montes. El madroño y el brezo arropan el camino.
Después de las lluvias del otoño, es inmenso ver el verde de las laderas ámplias. Cultivadas o no, su belleza les pertenece, sin ninguna duda.
Antes de llegar a Las Puentes del Soto, no puedes dejar de admirar cómo los ríos Alagón y Cuerpo de Hombre se convierten en uno sólo, río que lleva dos caudales y un solo nombre, Alagón. La helada aún se mantiene en las sombras y rincones recogidos cuando pasamos por ahí poco más del medio día. Desde el puente, la serenidad abruma

Desde Riomalo, una pista te lleva a un alto desde donde se pueden ver los meandros del río. El día está claro. Desde el mirador, el sinuoso capricho dibuja islas y reflejos

En Riomalo, una comida exquisita que es necesario probar y que justifica un viaje. Los pimientos rellenos con setas y salsa de almendras, los rellenos con queso de cabra y salsa de miel, o las gambas al ajillo y las gambas riomalo son platillos que hay que probar. Las carnes son excepcionales, desde el cabrito al horno al solomillo ibérico, el chuletón o el solomillo al roquefort. La cantidad, te abruma. Compartimos platos y aún así, sobra. Entre los postres, el flan de café, la tarta de queso o el flan de huevo también merecen la pena. El expreso, fuerte y cargado y, cómo no, acompañado de turrón, empiñonados y mazapán por ser esta época del año.
Para bajar la comida, un paseo por el pueblo, una mirada al pasado, a la pobreza

a esta región de Las Hurdes que ya no es zona deprimida y que tan poco a poco ha ido saliendo de la pobreza


lunes, diciembre 25, 2006

Y en 25 de diciembre

En casa, estar juntos es nuestra celebración, nuestro alegría. Todas las hermanas reunidas.
Los días de este diciembre, ya tardío, se regocijan con un sol cálido que alienta cada despertar, cálido y sereno. Invita a caminar por el campo

para llegar a sitios desde donde puedes ver el valle vigilado por las montañas, la nieve de fondo allá en lo alto, el verde de los prados junto al estanque

sitios donde ni las ovejas, satisfechas, ni se inmutan a tu paso

antes de lllegar a la casa

siempre de la mano y con el paso firme de papá y mamá

¿Volvemos mañana?
No, volvamos esta tarde para poder contemplar lo mismo, pero al atardecer. Más imágenes. No puedo evitarlo. Colores que se sienten infinitos, que delizan su dulzura sobre el paisaje y recrean, inagotables, el suave discurrir del tiempo sin retorno, el instante, la sensación, rebozo de seda sobre su esbelta silueta

seda delicada sobre acuarelas y suspiros de imaginación

y el regreso, con esa luna que inquieta te persigue para que la mires, que insiste, que quiere querer y que la quieres. Juega contigo

domingo, diciembre 24, 2006

Paseo en tiempo sutil

El tiempo se deja deslizar sin prisas, se deja saborear, querer. Te deja la tranquilidad, un respirar que no decepciona, su espacio. Sentirlo abierto. Nada en su destino inmediato es necesario, inminente. Es. Y tú en él. También los demás así lo viven. Te pasea, te lee. Tiempo para escuchar con calma, para estar en silencio también. Y cuando su luz se desvanece lentamente, sales a recogerle. Ese paseo al atardecer, el paisaje entretenido en su propia belleza, la luz juguetona, montañas y campos de sabio perfil y segura silueta.

sábado, diciembre 23, 2006

En Lagunilla

Esperado este despertar entre un silencio lleno. Abro las ventanas y veo el campanario, la montaña al fondo, el espacio, el tejado un poco más allá.

Desde casa, despierto a esa luz y esa geografía de formas e invisibilidades. Es el recuerdo de siempre, la mañana de sencilla desnudez. Desde la casa, tan dentro, eco maravilloso, rincón y tierra en el aire.
Hay claridad. A un lado, los robles que siempre inician un nuevo paseo

al otro, la confesión despierta de las casas bajo el sol del mediodía del solsticio de invierno

Y cómo no, comidas exquisitas que hoy protagoniza, entre otras cosas, una confitura de pato, una compañía maravillosa y siempre querida, risas y conversación inagotables y ricas. Así es aquí. Y es mucho el gozo.

viernes, diciembre 22, 2006

Desde Salamanca, un día después

Sin dormir una noche, las barreras de ayer y hoy se desdicen. Hoy, más aquí. Ayer, día interminable, entre vuelos, horas de espera, autobuses, llegar a esta España inconfundible, adentrame, dejar que ella me reciba. Entender y reconocer al instante las voces, los tonos, la forma de pisar, caminar, prescindir del otro, necesitarlo, contemplar. Voces de niños, niños jugango, niños en sus abrigos y bufandas, sus gorros. Bien abrigados, siempre, bien vestidos. Señores de abrigo. Señoras de piel y perrito al lado. Se siente el frío. Es invierno (me dicen, después de meses de un otoño muy cálido). Madrid, ruido, territorio que L. convierte en un poco más amigo, menos hostil. Me recoge, me mima. (La mejor bienvenida, una mano después de un viaje largo. Abrazo.) Fumadores, en cualquier parte, en todo momento (seis de nueve que esperan el autobus, fuman). Luego, un último trayecto de viaje y el autobús que se estropea y esas imágines de una España europea, actual, (¿exuberantemente?) moderna, pero aún medieval, de tú a tú. Y una hora más de espera en Madrid antes de ese viaje a Salamanca. Me pierdo el paisaje del camino. Veo el sol rojo de atardecer en el espejo retrovisor, pero no lo encuentro desde donde estoy sentada, demasiado cansada. Duermo un poco. Y la llegada a Salamanca, la catedral inconfundible recibiendo, el puente, el río perdiéndose en la noche incipiente, y la casa. Papá y mamá. (Tan esperado el encuentro.)
De noche, mucho más tarde, los amigos, la sabiduría de la cercanía y del compartir, de corazon a corazón, sin intrigas, con claridad, con la alegría de estar juntos, compartiendo. Muchos años. Siempre especial. En la cena, entre nuevos platos, combinaciones, presentaciones, sabores, atinos y desatinos, la conversación que no cesa, que es un continuar la de ayer. Y luego el juego divertidísimo al futbolín, como niños y niñas pequeñas, disfrutando sin fin. Hasta la madrugada.

Y hoy, Salamanca. La camino con Mer y disfruto esa ruta de espirales y largas avenidas, porque ella entretiene cada paso y sentirme a su lado es como recuperar una parte de mí. Gentes en sus rutinas, sus afanes, las tareas que aumentan por ser navidad, por esas comidas y regalos especiales en esta época del año. Salamanca. Sin turistas. Así se siente.
Esta tarde, vuelvo a ver a mi gran amiga, tan encantadora que hasta las modelos se paran a admirar su porte y su sonrisa

y con ella el paseo, el café, la charla, las luces cambiantes sobre casas y cupulas

en la plaza del Corrillo

cúpula de la Purísima desde las Úrsulas

Demasiado breve el estar juntas, la amiga, la ciudad. Luego, por la noche, Lagunilla, la otra casa. Estar y saberse en este pueblecito del sur de Salamanca, en una ruta escondida para muchos. Maravilloso.

jueves, diciembre 21, 2006

Despertando en Milán y leyendo a Paul Auster

Una hora de espera antes de embarcar en el avión de Milán a Madrid. Se hace larga la espera después de las nueve horas de vuelo desde Chicago. ¿Mi primera vez en Alitalia? Sí en vuelo intercontinental pero creo que ya había hecho Madrid-Roma en Alitalia cuando estuve en Calabria con Sotavento. El aeropuerto de Malpensa en Milán es un aeropuerto más

pero me sorprenden esas flores, ahí fuera, saludando a la mañana, un trocito de color en medio de la nada

Me había imaginado el día de ayer, día de viaje (y de siete horas vividas de menos) más pesado, cada etapa del viaje más llena de gente, más esperas, más inconvenientes. Pero C. me dejó en la estación de autobuses por la mañana y ella, maga blanca, es como un seguro de viaje, un abrazo que te acompaña cálido y protector. Sí, esperas lo infinito en los aeropuertos para todo, para facturar, para pasar seguridad, para revisión de pasaportes, para la siguiente revisión, y una más. Pero llegas. Al final, hasta se me hizo más breve de lo imaginado. Tal vez por haberlo pensado más largo o porque la espera se rindió mientras terminaba de leía “La música del azar” de Paul Auster, el segundo libro que leo del mismo autor. “Brooklyn Foolies”, como este, me gustó mucho también. Algo en la forma del relato, en los protagonistas, los caracteres, su amargura y clarividencia; algo en la forma en que se mueve la historia que narra. Te atrapa. No es tu relato pero te llega por cómo el autor lo presenta, lo destila lentamente y lo prepara de forma inteligente para entregarlo con claridad, sin barroquismos. Lo entiendes y vives a los personajes. No es como en otros libros en que la historia te llega y la relacionas contigo, te identificas. Aquí, como en “Brooklin Foolies”, las historias y personajes son bastante ajenas a lo que pudieras vivir y, sin embargo, las vives, sientes y te mueves con los personajes.

Ahora, esta otra realidad, este aeropuerto al despertar. "Va benne" dice el agente que revisa los pasaportes con una sonrisa, mirándote con intensidad y como si estuviera a punto de hacerte una broma. Ahora es Milán, es italiano, (¡cómo disfruto escuchando la lengua!), es este otro aeropuerto que, aunque uno más, no es estado unidense sino europeo. Se siente.
Trato de conectarme. Hay wi-fi pero solo cuando pagas por un día o por una semana, un mes o un año. Aún no ha llegado el lujo de llegar y poder utilizar. (Es por eso que este comentario de hoy llega con una semana de retraso, cuando puedo conectarme.)

martes, diciembre 19, 2006

Con las maletas hechas

Me despido de una etapa más en Madison, su otoño, su invierno leve, los viajes al sur, los niños, los amigos. Ahora comienza un nueva en España, breve tal vez, pero esperada y siempre querida.
Autobuses y aviones antes de llegar a mi destino. Muchas horas de viaje. Pero si puedo, en cuanto sea posible, contaré de la travesía, del rincón donde estaré, del lugar donde el invierno huele a humo de leña, donde las estrellas parecen multiplicarse en un cielo clarísimo, donde... Otra historia. En otro momento.

lunes, diciembre 18, 2006

Entre profesiones, antojos, platillos y sabores


No es que esté buscando un cambio de profesión. Pero hay muchas que se antojan. ¿No sería bueno tener uno de esos programas de televisión en los que vas viajando por el mundo, documentando culturas culinarias, probando comidas y bebidas en los más variados y pintorescos escenarios -desde lo más humilde a lo más exquisito-?. Claro que de hacer un programa así, ha de tener personalidad, el relato debe ser interesante, amena la historia, y lo más cercana posible a la realidad. Ahí es donde entra el juego quien hace el programa, sus gustos, sus ambiciones, intereses, intenciones, su ingenio, timidez o atrevimiento. (Y como en todo, el gusto también del productor, el guionista, el presupuesto del programa, la audiencia. En fin, ese otro sin fin). Pero sí, de hacerlo, que sea tan entretenido como "No Reservations" de Anthony Bourdain en Travel channel, o "La ruta del sabor" de Miguel Conde en el Canal Once de México. Exóticos destinos por donde se pasea Bourdain, un México de pueblos y ciudades de a pie por donde se pasea Conde. Cualquiera de los dos, sabores de autenticidades (o al menos de algo que parece ser auténtico en este momento), de personas en sus cocinas, las que te cuentan cómo preparar platillos sencillos o complicados, con medidas exactas o medidas aproximadas de esas de "a ojo", "un puñito", "un manojo" o "un pellizco". Cocinas y espacios desde donde te cuentan esos pequeños trucos que se aprenden con el tiempo y la experiencia, por qué sin apurar la ralladura del limón, por qué algunas especias lo más molidas que se pueda entre las manos, por qué airear eso o aquello, por qué el barro, o un molcajete y no una licuadora.

Riqueza culinaria, en cualquier rincón del mundo. Maravilloso. Historia y cultura a través de ella. Infatigable. Recreadora. La sabiduría de las manos en sus afanes, el sabor, el deleite en el proceso de cualquier aventura culinaria, viajando o sin viajar.

domingo, diciembre 17, 2006

Claridad

Deliciosa caricia del sol en diciembre, sin frío. Desconocido.
Hablamos. Me dais la bienvenida. Me abrís las puertas.
Deseo inminente, ya casi inquieto. Ya casi.
Tengo suerte. Vivo entre aquí y allí. Me ayudais a que así sea. Me dejais llegar, siempre, y me recibís como si hubiera sido ayer cuando nos abrazamos en la despedida. Con los brazos abiertos, como el sol de hoy que no oculta su placidez, su satisfacción. Sin juzgar. Brazos abiertos a la claridad, la llegada, la certeza y el placer de sabernos cerca.

¿Dónde las calles?

¿Ya adivinó alguien dónde están esas calles de ayer?

sábado, diciembre 16, 2006

Calles

Días con calles por donde discurrimos. En esas calles, las veredas de los sentires, de los afanes. Imaginan. Caminan. Despiertan. Se dejan llevar. Inventan nombres y destinos en sus entradas y salidas. Y entre medias, viven lo que son, lo que llevan, lo que las hace ser.
Sus nombres son maravillosos, apagados, majestuosos, tristes, coleccionables.
Solo esos nombres, en distintos lugares, yendo y viniendo.

Calles entre nombres, nombres entre calles, calles de nombres. ¿Dónde?