Llegamos al festival cuando ya ha oscurecido. Hubiéramos querido estar antes pero no ha sido posible. Igual, cuando llegamos, nos sentamos a escuchar a los grupos. El sitio esta lleno. La variedad y la calidad de grupos sigue siendo la misma que escuchamos ayer y las propuestas me siguen sorprendiendo, desde los ecos de tangos, flamenco y otras música del mundo del Atípico Trío
a la fuerza y precisión de Maracure con su música llanera
Cuando sientes que un grupo ha llenado todo el espacio con su energía, el siguiente reconstruye otro paisaje sonoro que vuelve a renovarla, a crear otra igualmente intensa.
Empezamos a sentirnos como en casa a medida que vamos conociendo a gente, tanto músicos como organizadores. El espíritu abierto de la gente hace fácil la comunicación. Seguimos la conversación con grupos a los que conocimos ayer o antes de ayer, volvemos a escuchar al grupo Bandola
y después de hablar con ellos nos damos cuenta de que el lazo está ahí, que en algún momento y lugar volveremos a encontrarnos y compartir músicas. El contacto humano y la riqueza musical que se genera al compartir son especiales en este tipo de festivales.
Es curioso llegar a sitios como éste y encontrarte con un festival de esta calidad, que recibe a músicos de varias partes de Colombia representando una parte del variadísimo folclor del país pero a la vez, manteniendo una identidad muy fuerte conectada con lo andino colombiano, el tiple, la bandola, el bambuco, el pasillo, la guabina.
¿Cómo es posible que no se sepa mucho más del Festivalito? Es mejor así, me dice Fernando Remolina, uno de los organizadores que además es multi-instrumentalista y una persona sencilla y vivaz.
Me quedo pensando en lo difícil que es encontrar el equilibrio, mantener la esencia y el sabor local aunque el evento se convierta en un evento multitudinario. ¿Es posible?
Quien toca esta música, sabe que el festival está aquí y quieren volver año tras años. El público lo pide y lo vive como parte de su cultura desde hace 19 años. Los organizadores trabajan en la preparación del festival de forma altruista. Algunos además son músicos: ahí está Rafael Aponte tocando tiple con su grupo, Nocturnal Santandereano
y ahí Fernando Remolina tocando tiple con Septófono
Estos dos grupos me impresionaron mucho por los arreglos, la creatividad y el nivel interpretativo. El silencio del público al escucharlos y el aplauso de después también hablan de la emoción que crean. A lo largo de la noche fui conociendo a varios de los integrantes de cada grupo y ahí te das cuenta de cómo el talento individual de cada músico construyen un todo fuerte.
Así es el festivalito, estar con todos, sentir la calidez humana, el respeto del público, el compañerismo y el compartir de los músicos.
1 comentario:
Hermosas fotos, de verdad. Felicidades desde México.
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