Estos árboles permanecen en nosotros. Son un referente constante.
Son casa y volver a ella, recobrar el centro que nos da fuerza.
Envejecemos como los troncos y las ramas.
Envejecer no es detenernos ni entristecer cuando el surco de nuestra piel se va haciendo más profundo. Ese surco recorre otros litorales y en el recorrido está nuestra vida. Es nuestra vida.
Este espacio está siempre con nosotros. Volver a él es ser niño y adulto en el instante, pasado y presente, punto de encuentro.
Como el sonido de los campanillos de las cabras, generosas y valientes, sabias calculadoras
Estas siluetas son nuestra retina, nuestra piel. Reconocemos el roce, el olor, la mueca, las razones y el sentimiento profundo
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