Río de Janeiro entre atardecer de playa

Es curioso llegar a esos sitios de los que has visto una y otra fotografía, llegar al lugar y comprender que es el estar ahí lo que es significativo. Por mucho que te lo cuenten, lo tienes que vivir tú. Sucedió el año pasado con Machu Pichu. Hoy son esas montañas de Río de Janeiro, las playas y unas cuantas cosas más

Digamos que pasas todo un día y una noche viajando, que vas al sur, muy al sur, que el vuelo de Chicago a Miami son tres horas y media y que de Miami a Río son ocho, como de Chicago a Madrid, que cenas y desayunas en el avión y que eso sumado a unas tres horas de sueño crea la ilusión de que despiertas a un nuevo día. Sí, un nuevo día que primero ves asomar por una ventanita desde donde la luna enamorada de ser llena flota a un poco más arriba de la cama de algodón anaranjado que el sol de amanecida pinta.

Tal vez sea porque el vuelo tiene la llegada temprano pero apenas si tardamos en pasar por inmigración y aduana. Las maletas ya están saliendo cuando bajo a recogerlas. Ya sólo queda encontrar el autobús que me lleve al hotel. Encontrarlo no es difícil. Entre pregunta y pregunta me voy enterando. Pero nadie anuncia las paradas y aunque voy visualizando mentalmente el mapa y las zonas desde el aeropuerto, tengo que seguir preguntando una y otra vez si esa es la parada que me corresponde. El brasileño es amable, cordial. Una mirada dulce y un de nada muy dulce cada vez que das las gracias.

Mi hotel está en la zona de Copacabana, a poca distancia de esa playa de 4 kilómetros que sí, tiene vida propia y la tiene por zonas, cada una habitada por un tipo de gente, una clase social, un género, un estilo de hacer, un deporte. Por ella caminé después de comer. No tenía pensado llegar tan lejos a pie pero era imposible no dejarse llevar, caminar por el malecón, deslizarse con su magnetismo,

y su espacio para todo

A medio camino decidí seguir en taxi hasta la zona de Ipanema porque tenía que hacer algo por allí y se iba a hacer muy tarde. Quería volver caminando y la altura del sol me decía que el atardecer no iba a ser a las 8:30 como en Madison.
Lejos de la zona de playa, el bullicio de la ciudad me transporta a Madrid. Pero no el mercado de frutas en la calle que ya está viendo la hora de recogida,

o incluso las frutas así colocadas. (Es curioso pero la colocación de la fruta para la venta es muy diferente en todos los lugares).

Tampoco el desenfado, el momento de los últimos comentarios

o el último bocado

También debe ser hora de recoger la playa

¿Tan temprano? Debe ser.
Ellos te cuentan lo que la realidad de un lugar con todos sus fragmentos es.

Y así veo la playa de Ipanema por primera vez,

los pies descalzos y el agua empujándome a su lado, la arena suave y finísima

bálsamo amable. Él lo sabe

y también los pasos

Una y otra vez la miro, una y otra vez, a un lado y otro

incansable ella, insaciable yo

De un momento a otro todo cambia. Te puedes pasar horas mirando a los surfistas,

con cuánta habilidad se mueven con las olas y se funden o sufren con ellas con vedadera pasión

Una y otra vez, ese atardecer que todo lo empapa

Así me siento mientras noche y día se entrecruzan

y los colores se funden en el abrazo,

Podría ser cualquier otra playa pero es Río de Janerio, es la playa de Ipanema, la famosa, a la que puedes llegar en bicicleta

la a muchos pertenece

y a la que es imposible dejar de mirar, enamorarla, jugar su juego

Así es esta playa de Ipanema

y así la veo hoy por última vez

Luego, en Copacabana, mi amigo me pregunta que dónde he estado, que si no sé que la de esta parte de la ciudad también tiene muchos encantos

Lo sé mi querido Carlos D. de Andrade, es sólo que ha sido mi primera puesta de sol en esta ciudad, el primer mar desde hace bastante. Prometo recuperar la brevedad.