Todavía hace calor cuando salgo en bicicleta. No es temprano pero es verano. Los días largos y el sol cercano alimentan esos filamentos que queman a las ocho de la tarde.
Pero quiero ver parte de la carretera nueva y ese hueco que se abre hacia Extremadura
Ayer comentaba
Banderas que Lagunilla es un poco suya y de quienes me leen, como lo es Madison y ese México que he vivido en los últimos años. Le escucho decir eso cuando llego a ese lugar y mi mirada se pierde en el valle. A veces uno habla en voz alta para entender de otra manera, ser consciente, reconocer: esto es un poco mío, soy yo, es mi lugar, es mi centro.
Ese espacio es recuerdo, vida, intuición, sensaciones, olores, texturas, colores, sonidos, intangibilidad.
Hoy no huele el brezo
y los cardos están aturdidos de luz,
pero la pizarra es inconfundible,
como lo es, aunque remozado, el camino
Pero inconfundibles los manojos de espigas secas, los brotes más resistentes a lo largo del camino, el aire robándole a la piel la última gota de frescura
Me entretengo en esas fotos pero sé que ese camino es imposible en bicicleta. Al menos, no ahora. Acostumbrada a los kilómetros en plano de Wisconsin, las carreteras con cuestas y sin descanso, son imposibles después de varios meses en los que el único ejercicio ha sido caminar. Hay otra ruta que sé que puedo hacer, aunque la bajada es constante y larga, y la subida viene después. Lo intento. Consigo llegar adonde quería y marco el lugar
¿La subida?
Déjame descansar y luego te la cuento.