Es domingo pero no se siente como domingo. Viajé el viernes para llegar a Madrid el sábado por la mañana y desde ahí, a Lagunilla. Desde entonces, las horas han pasado muy deprisa. Todo depende de la perspectiva y teniendo tan pocos días para estar aquí esta vez, cada momento es un bombón de exquisita fortuna.
Estamos casi todos. Mañana es el cumpleaños de mamá y hemos querido estar aquí para celebrarlo. Sabemos cuánto disfruta cuando estamos juntos y ese ha sido un regalo especial.
No hay fotos de interiores, miradas, frescura, abrazos. Tampoco de la mesa larga, de las tres o cuatro conversaciones que siempre se entrecruzan y que no le hacen sitio al silencio. Ni de la sobremesa larga, la emoción en su corazón grande y generoso, en la bondadosa dulzura de papá.
Solo hay fotos del paseo que ya tarde ya salimos a dar. Por fin ha despejado y aunque sea tarde, todavía hay luz. (¡Cómo se disfrutan las tardes largas!)
Subimos hacia el Alto de las Piñuelas
y desde allí al Balcón de Extremadura
Estoy tan acostumbrada a ver el campo en invierno y en verano que verlo ahora, me entusiasma. A pesar de que las ramas de los árboles todavía estén desnudas y sólo algunas florecillas se atrevan a asomar entre en frío de esta primavera
la nitidez con la que se alcanzan a ver las colas del pantano de Gabriel y Galán,
el vuelo de ese buitre leonado
El aire se calma cuando bajamos hacia el Vallejo de la Mata,
con sus robles desnudos, sí, pero poderosos en su magnífica danza,
fuertes entre caprichos y tiempo
Volvemos a casa sin noche
Estar aquí, este paseo, este ahora. ¿Qué si no importa?