Difícil describir la belleza de estos caminos de verde exhuberante y asfalto roto, sendas que parecieran conducir a ninguna parte pero que tras un árbol abren la puerta a cualquier comunidad, pequeña o grande
En La Esperanza vive Petronilo Ponce, un violinista que toca y baila muy bien sones de cuanegros y otros sones. Es temprano pero ya vuelve del campo. Nos ofrece te y galletas y nos sentamos un rato con él. Saca su violín, le busca y le busca hasta que queda muy bien afinado y luego toca los sietes sones de Chicomexóchitl, con su entrada y salida
Le decimos que vamos hacia Xoxocapa y quiere venir con nosotros. Necesita quitarse esa pena que duele por dentro. Nos alegramos de que quiera venir. Su mujer murió hace un año y salir ayuda a olvidar. Poco antes de irnos le decimos que no vamos a volver hasta el día siguiente y los planes cambian. Mañana es San Miguel Arcángel, la primera ofrenda de Santos, y tiene que tocar temprano por la mañana. Ya se ha quitado las botas del trabajo y preparado el tinaco para bañarse pero ahí se queda todo. Otro día volveremos para estar y salir con él
No nos entretenemos mucho más. El camino que nos queda es largo y sin embargo, un poco más adelante, en Las cruces, a unos 200 metros del cruce hacia Chicontepec,
nos quedamos parados. Estudiantes de Chicontepec han tomando la carretera y no dejan pasar a nadie hasta que el gobernador les prometa la construcción del tecnológico
Esperamos casi tres horas. No se puede hacer otra cosa. El gobernador no llega pero negocian con alguien que les promete algo que probablemente no se llegue a cumplir en mucho tiempo. A medida que paso tiempo aquí me doy cuenta de que aunque la corrupción en España sea lo que es, aquí es más todavía.
Agradecemos poder pasar al fin, respirar el verde de las tierras de ganado, el horizonte más allá,
las pequeñas comunidades a pie de carretera que hablan del México rural a gritos
y esos portales que anuncian esas villas únicas y queridas por todos
Chicontepec (Chicón, como muchos le dicen) bulle de actividad, mercado, tráfico, gente caminando, sentada, esperando, comprando, vendiendo. La cámara retiene solo algunas cosas. No da tiempo a más. Todo pasa deprisa en la mirada inundada de calle, formas, colores, formas
Luego volvemos al verde, el camino,
lo cotidiano tal vez, el camino,
y esa montaña infinita que envuelve, empapa, inunda,
y ellos, siempre, esa belleza que no necesita de explicaciones
Hasta que llegamos a Sontecomatlán, cansados de los hoyos del asfalto, de los topes,
pero asombrados por la belleza. Tierra generosa, fértil,
pueblos de otro y este tiempo
De Sontecomatlán se llega a Xoxocapa se llaga por un camino de terracería. Hacía tiempo que no pasaba por uno así. Hace falta un cinturón y especial para no saltar del asiento
así que es mejor mirar a los lados
y cuando se llega al puente, bajar, descansar un momento, meter los pies en el agua
Xoxocapa es muy pequeño. Es a la plaza adonde hay que llegar para saludar a don Rubén y a su esposa, los dueños de la tienda de abarrotes
Hoy es un día especial. No hubiera podido llegar aquí si no hubiera sido por Arturo y Blanca. En la Huasteca hay códigos, maneras de entender y relacionarse. Alguien te tiene que llevar, alguien que conoce y sabe muy bien esos códigos. El día es especial porque he venido a hablar con don Fidencio Ramírez, a quien escuché tocar y conocí brevemente en el otoño de 2010. Especial porque mis amigos me abren las puertas y lo hacen todo más fácil. Especial porque don Fidencio es esa bella persona que nos abre su casa y se alegra de la visita.
Especial estar con él y con su familia,
poder sentirme bienvenida
No tardan en organizar una pequeña huapangueada porque también don Víctor Ramírez está aquí. Y ahí se sientan,
en la plaza donde la gran ceiba es el centro, donde los pájaros gritan al empezar a caer la tarde y no callan hasta que oscurece del todo, después de que la música haya comenzado y el estar juntos construye un telar de recuerdos que sostiene el vivir