Viendo las fotos de hoy elijo la de Cora con su nueva flauta de pan y estas dos de algún momento de la tarde. Por una parte, el grupo de mayores
y por la otra, una de las más pequeñas asomando del cascarón
Con cada EVE nos decimos, "un año más". Nos hemos visto crecer juntos, hacernos mayores y ser niños junto a los más pequeños. Hacer algo de manera continuada durante muchos años inscribe el concepto de temporalidad en sus venas. Hay un esquema que repetimos pero hay mucho de innovación. Tal vez, la clave sea el dinamismo que cada persona ofrece y que el grupo nunca es el mismo. Cada uno construye y aporta. Eso es lo importante. Ojalá que no dejemos de escuchar a los demás porque si no, repetirámos una y otra vez el mito de Eco y Narciso.
Ese fue precisamente la historia sobre la que construímos nuestro teatrillo de sombras
Escuchando el mito supimos que Eco era una joven ninfa de los bosques, parlanchina y alegre, con cuya charla entretenía a Hera, esposa de Zeus
Por su parte, Narciso era un muchacho precioso, hijo de la ninfa Liríope. Cuando él nació, el adivino Tiresias predijo que si se veía su imagen en un espejo sería su perdición y así, su madre evitó siempre espejos y demás objetos en los que pudiera verse reflejado. Narciso creció hermosísimo sin ser consciente de ello, haciendo caso omiso a las muchachas que ansiaban que se fijara en ellas. Adelantando a su destino, siempre parecía estar ensimismado en sus propios pensamientos, ajeno a cuanto le rodeaba
Daba largos paseos, y uno de esos paseos le llevó a las inmediaciones de la cueva donde Eco moraba. La ninfa le miró embelesada y quedó prendada de él, pero no reunió el valor suficiente para acercarse. Narciso encontró agradable la ruta que había seguido ese día y la repitió muchas veces. Eco le esperaba y le seguía en su paseo, siempre a distancia, temerosa de ser vista, hasta que un día, un ruido que hizo al pisar una ramita puso a Narciso sobre aviso de su presencia. La esperó al doblar un recodo en el camino y Eco palideció al ser descubierta. "¿Qué haces aquí?", le dijo Narciso. "¿Por qué me sigues?". A lo que ella contestó: "Aquí… me sigues…" pues había sido desposeída de su voz.
Narciso siguió hablando y Eco nunca pudo decir lo que deseaba. Finalmente, como la ninfa que era, acudió a la ayuda de los animales, que de alguna manera le hicieron entender a Narciso el amor que Eco le profesaba.
Ella le miró expectante pero su risa helada la desgarró. Y así, mientras Narciso se reía de ella, de sus pretensiones, del amor que albergaba en su interior, Eco moría. Y se retiró a su cueva, donde permaneció quieta, sin moverse, repitiendo en voz queda, un susurro apenas, las últimas palabras que le había oído… “qué estúpida… qué estúpida… qué… estu… pida…”. Y dicen que allí se consumió de pena, tan quieta que llegó a convertirse en parte de la propia piedra de la cueva.
Pero Nemesis, diosa griega que había presenciado toda la desesperación de Eco, entró en la vida de Narciso otro día que había vuelto a salir a pasear y le encantó hasta casi hacerle desfallecer de sed. Narciso recordó entonces el riachuelo donde una vez había encontrado a Eco y se encaminó hacia él. Así, a punto de beber, vio su imagen reflejada en el río.
Tal y como había predicho Tiresias, esta imagen le perturbó enormemente. Quedó absolutamente cegado por su propia belleza, en el reflejo. Y hay quien cuenta que ahí mismo murió de inanición, ocupado eternamente en su contemplación. Otros dicen que enamorado como quedó de su imagen, quiso reunirse con ella y murió ahogado tras lanzarse a las aguas.
En el lugar de su muerte surgió una nueva flor al que se le dio su nombre: el Narciso, flor que crece sobre las aguas de los ríos, reflejándose siempre en ellos
Ese fue precisamente la historia sobre la que construímos nuestro teatrillo de sombras
Escuchando el mito supimos que Eco era una joven ninfa de los bosques, parlanchina y alegre, con cuya charla entretenía a Hera, esposa de Zeus
Era en esos momentos cuando el padre de los dioses griegos aprovechaba para mantener sus relaciones extraconyugales. Hera, furiosa cuando supo esto, condenó a Eco a no poder hablar sino solamente repetir el final de las frases que escuchara, y ella, avergonzada, abandonó los bosques que solía frecuentar, recluyéndose en una cueva cercana a un riachuelo
Por su parte, Narciso era un muchacho precioso, hijo de la ninfa Liríope. Cuando él nació, el adivino Tiresias predijo que si se veía su imagen en un espejo sería su perdición y así, su madre evitó siempre espejos y demás objetos en los que pudiera verse reflejado. Narciso creció hermosísimo sin ser consciente de ello, haciendo caso omiso a las muchachas que ansiaban que se fijara en ellas. Adelantando a su destino, siempre parecía estar ensimismado en sus propios pensamientos, ajeno a cuanto le rodeaba
Daba largos paseos, y uno de esos paseos le llevó a las inmediaciones de la cueva donde Eco moraba. La ninfa le miró embelesada y quedó prendada de él, pero no reunió el valor suficiente para acercarse. Narciso encontró agradable la ruta que había seguido ese día y la repitió muchas veces. Eco le esperaba y le seguía en su paseo, siempre a distancia, temerosa de ser vista, hasta que un día, un ruido que hizo al pisar una ramita puso a Narciso sobre aviso de su presencia. La esperó al doblar un recodo en el camino y Eco palideció al ser descubierta. "¿Qué haces aquí?", le dijo Narciso. "¿Por qué me sigues?". A lo que ella contestó: "Aquí… me sigues…" pues había sido desposeída de su voz.
Narciso siguió hablando y Eco nunca pudo decir lo que deseaba. Finalmente, como la ninfa que era, acudió a la ayuda de los animales, que de alguna manera le hicieron entender a Narciso el amor que Eco le profesaba.
Ella le miró expectante pero su risa helada la desgarró. Y así, mientras Narciso se reía de ella, de sus pretensiones, del amor que albergaba en su interior, Eco moría. Y se retiró a su cueva, donde permaneció quieta, sin moverse, repitiendo en voz queda, un susurro apenas, las últimas palabras que le había oído… “qué estúpida… qué estúpida… qué… estu… pida…”. Y dicen que allí se consumió de pena, tan quieta que llegó a convertirse en parte de la propia piedra de la cueva.
Pero Nemesis, diosa griega que había presenciado toda la desesperación de Eco, entró en la vida de Narciso otro día que había vuelto a salir a pasear y le encantó hasta casi hacerle desfallecer de sed. Narciso recordó entonces el riachuelo donde una vez había encontrado a Eco y se encaminó hacia él. Así, a punto de beber, vio su imagen reflejada en el río.
Tal y como había predicho Tiresias, esta imagen le perturbó enormemente. Quedó absolutamente cegado por su propia belleza, en el reflejo. Y hay quien cuenta que ahí mismo murió de inanición, ocupado eternamente en su contemplación. Otros dicen que enamorado como quedó de su imagen, quiso reunirse con ella y murió ahogado tras lanzarse a las aguas.
En el lugar de su muerte surgió una nueva flor al que se le dio su nombre: el Narciso, flor que crece sobre las aguas de los ríos, reflejándose siempre en ellos
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