Son más de las tres cuando termina la mesa en la que presento. No tengo mucho tiempo pero quiero acercarme al malecón. Y es en ese paseo donde la ciudad vuelve a reclamar atenciones. Es maravilloso salir al aire cálido de esta ciudad con su geografía de momentos y escenas que te cautivan por su sencillez, la certeza de una pertenencia.
Voy recogiendo lo que encuentro a mi paso
Las estampas están ahí, una tras otra, hasta que llego a los puestecitos de artesanías (aunque éste que aquí aparezca no sea muy "artesanal")
Me siento a comer en un restaurante que mira al puerto. Los vendedores ambulantes no dejan de llegar. Pruebo un exquisito pescado a la veracruzana y me entretengo con todo lo que pasa a mi alrededor, la mesa de al lado que habla muy alto, las señoras de más allá celebrando algo, los camareros a los que se les nota demasiado cuando una chica de tacones altos y vestido ajustado pasa junto a ellos.
Vuelvo a la conferencia y aunque tarde, aún llego a tiempo porque todo sigue comenzando mucho más tarde de lo previsto.
Vuelvo a recoger las estampas que asoman por el camino, alguien ahí sentado
las torres y cúpula de la iglesia de la plaza,
el limpiabotas,
Qué más se puede pedir.
Por la noche vuelvo a caminar por la calle de ayer, la de esta tarde, la de los restaurantes, los vendedores en sus puestos, los músicos “taloneando” (como dirían en la Tierra Caliente del Balsas) y caminand0 de arriba a abajo por si alguien les compra una canción o sentados en espera de que la ocasión sea propicia para acercarse al cliente
Me siento en una de las terrazas. Los vendedores de esta tarde no fueron nada comparado con ésto. La retahíla es interminable, el acoso aunque no los mires: el reloj, el rascador de madera para la picazón por un pesito, la tortuga a la que se le mueve la cabeza, el cd, el dvd, el collar, la foto que te hacen y luego venden, la guayabera, la camisa de señora, hamacas, peonzas de colores, quesos, paletas, más relojes, colonias de hombre o de mujer, gafas de sol, abanicos que incluso hay de madera si es que acaso los quiere, la preciosísima niña Carolina de 5 años vendiendo pulseras tejidas, un bolso con todos los animalitos con cabeza que se mueve, dos por 15 pesitos, cómpreme, ¿las haces tú?, no, mi mamá, y que se sorprende cuando le pregunto si va a la escuela y se ríe y baja la cabeza cuando le digo que es muy guapa.
Los músicos también llegan, caminan de una a otra mesa ofreciendo canciones, por ahí pasan con sus instrumentos de la mano, ahí se detienen
Durante un rato los marimbistas han estado tocando, luego se van más para allá y su lugar lo ocupa el grupo de música norteña, luego los de música tropical y más tarde suena el mariachi con su cantante de sombrero enorme, el empuje de las tres trompetas imponiéndose como toro poderoso y un pobre violincito, uno sólo junto al guitarrón (por su puesto) y su tía pequeña la vihuela, la hermana guitarra que no falte.
Durante un rato los marimbistas han estado tocando, luego se van más para allá y su lugar lo ocupa el grupo de música norteña, luego los de música tropical y más tarde suena el mariachi con su cantante de sombrero enorme, el empuje de las tres trompetas imponiéndose como toro poderoso y un pobre violincito, uno sólo junto al guitarrón (por su puesto) y su tía pequeña la vihuela, la hermana guitarra que no falte.
4 comentarios:
¡Qué barbaridad! ¡¡Si esto es un no parar de ventas y músicas!!
:D
Eso sí: espero que el hotel tenga unos buenos cristales dobles, porque si no, la noche puede resultar amena...
:)
Besos
Crsitales dobles, sí. Cuando entras a la habitación es como si nada de todo eso estuviera pasando.
Besotes
Gracias por todo este relato de tu viaje, es como si te hubiéramos acompañado.
Sigue disfrutándolo
Besicos
Encarna
Qué bueno. Os llevo con mucho gusto.
Gracias y muchos besos
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