martes, enero 15, 2008

Un bombo


Todo el día ha hecho un calor de pasión. Hasta por la noche, muy tarde ya, la brisa templada y húmeda agota los suspiros. Los cocuyos parecen ensimismados en su canto. Chicharras allá, cocuyos aquí.
Todo el día ha sido un concierto a ritmo de bombo, el que Froilán González ha hecho, el que hemos comprado.
Con tal sencillez nos invitó a comer que para allá fuimos, a la casa que alquila en esta época para venir a la feria de artesanías, al festival. Nos recibe con la misma sencillez con la que nos invitó. Su mujer, Teresa, también es encantadora. Con ellos, sus dos hijas, dos nietos, un par de aprendices. Nos están esperando para añadir la pasta al guisado que se está haciendo en la parrilla, sobre la lumbre de leña en el suelo.

Cuando llegamos, Froilán está preparando el cuero para los parches. Enseguida nos enseña el cuerpo del bombo y quiere que le haga una foto de esta manera

Esa sonrisa sincera es la que le viste todo el rato que pasamos con ellos, antes y después de en comer, mientras trabaja en el bomob, cuando lo termina.

Sus manos se mueven con esa sabiduría de la experiencia y el buen hacer que late en lo que hacen. Lo sientes, igual que sientes cómo él palpa el largo del pelo de la piel de cabra que va recortando para que quede bien nivelada,

los aros donde ese cuero irá sujeto,

y sobre el que vuelve a recortar

antes de coserlo

Cuando los parches están, los coloca en el cuerpo del bombo, la dirección del pelo en vertical, bien centrado para que el sonido sea más lleno y para que esa dirección mire hacia el suelo mientras se toca,

ajusta los dos parches

y después de asegurar las tiras, nivela y vuelve a ajustar los aros, escucha el tono, un parche más grave que otro,

retoca si se necesita

y escucha el sonido final

De ceibo es el cuerpo, los arillos de quebracho blanco, los palos para tocarlo, de lapacho. Ahora tiene que secar antes de escuchar su sonido real

En Bolivia vimos terminar el charango que Jorge Laura le hizo a Pancho, en Puerto Rico, el cuatro que le compré al maestro Eugenio Méndez. Ahora es el bombo de Froilán.
Embrujo en el alma de los instrumentos, en el constructor y en cada uno de los momentos de ese proceso. Embrujo en el poder ser testigos de ello.

6 comentarios:

leo dijo...

¡Qué chulo! Ha sido muy bonito "ver" parte del proceso. Graciñas. Ya veo que no desaprovechas el tiempo.
Besos.

Mariano Zurdo dijo...

Qué hermosura ver cómo paso a paso se crea el sonido...
Besitos/azos.

Irreverens dijo...

Hermoso, como bien dice Mariano, sin duda.
;)

Besos

Raquel dijo...

Leo, Mariano y Irreverens, ha sido maravilloso porder ver ese bombo así. Y a través de eso, poder haber seguido compartiendo con Froilán y su familia un poco más.
Un abrazo grande para los tres

banderas dijo...

Es la intensidad de cómo lo cuentas y las imagenes que nos sirves en bandeja la que nos hace valorar aún más un proceso artesanal hermoso.

Vivimos en un mundo tan prefabricado y técnico, que estos objetos sencillos en apariencia pero que detrás conllevan una honda tradición nos parecen mágicos.

Siempre es un placer pasar por tu "casa", pero con historias así aún lo es más. Gracias y bicos ;-)

Raquel dijo...

Gracias mi querido Banderas. En cuanto pueda yo también volveré a tu "casa". Sólo tengo tiempo para subir estas entradas y bueno... ya ves que un poco a destiempo.
Un abrazo