A unos 30 kilómetros de Oaxaca está Tlacolula. Es domingo y hoy es día de mercado. “Se pone bueno”, me dicen. “Está bonito”.
No hace falta mucho para que me convenzan. Calculo las horas y me digo que por la tarde puedo trabajar. Susan va a ir de todas formas y sé que va a agradecer tener compañía. Salimos temprano y cuando llegamos a Tlacolula, apenas si están colocando algunos puestos
Estoy buscando chocolate de metate que me han encargado y junto a la señora que lo vende de molino (“aunque le digan que es de metate, todo es de molino”), también venden chapulines
y copal
Así es en estos mercados, un desorden ordenado que todos parecen conocer.
Antes de entrar a la parte techada vamos a la plaza de la iglesia
Todavía no ha terminado la misa pero ya hay señores vendiendo metates y cestos, arreglándolos
No hay ruido ni músicas estridentes. No hay puestos que vendan CDs y controlen el espacio sonoro. Es otro espacio abierto el que juega con la mañana. Hay color
y ese ritmo tranquilo de otros domingos de mercado
Luego entramos a la zona donde están los puestos para desayunar y comer, por donde vende bolillos y pan dulce. Compramos, comemos y caminamos por pasillos con puestos de esto y aquello,
personajes y momentos de sorprendente plasticidad y presencia
Este tipo de mercados me gusta mucho, tienen el sabor que le da la gente del lugar,
las cosas que hablan por sí solas de las necesidades, usos y maneras,
los productos de la zona,
cal para tortillas, camote, cacahuetes y pitayas, xoconoxtles
y color, mucho color,
y esos contrastes entre lo natural y lo artificial, utensilios de siempre y modas que cambian cestos de paja por los de plástico
Pero a pesar de eso y de otras muchas cosas, las costumbres que nos hablan de tradiciones e identidades, usos que construyen puentes entre presentes y pasados
Cuando escuchamos la música, buscamos de dónde viene y nos paramos para ver a los músicos pasar. Acompañan un entierro. Ellos van delante, luego el féretro y después los acompañantes, las mujeres con ramos y flores blancas
No sé si por estos fusiles se ganó la guerra
pero sí sé que esta señora lleva en sus brazos dos guajolotes
Nos paramos a verlos pero no hablamos mucho más. No pregunto si los vende o si los acaba de comprar a pesar de que es de las pocas personas que sonríe y nos mira sin importarle que la fotografiemos
Todavía la miro una vez más antes de que vaya mucho más allá
y cuando la veo charlar con otra señora me pregunto por qué unas mujeres llevan rebozos a la cabeza, pañuelo otras
Poco después de la una salimos de nuevo hacia Oaxaca. Cerca del mercado esperamos a nuestro taxista y mientras, vemos pasar a quienes como nosotros dejan el mercado. No son muchos quienes llevan bolsas colgadas de los hombros y también ahora me pregunto cómo las formas se aprenden, se heredan, se crean por unas u otras necesidades
En México dicen que nuestros mayores nos heredan algo. El uso linguístico se me hace extraño pero a la vez siento que cuando lo dicen, esa herencia la convierten en algo muy personal. Creo que este tianguis de Tlacolula es heredero de muchas historias y realidades que cuentan la historia de quienes le dan vida
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