Salimos temprano de El huerto. Como parte de la tarea que el centro cultural y la asociación civil de la Tierra Caliente llevan a cabo, desde hace siete años vienen haciendo un campamento para niños en el que dan talleres de música tradicional de la región. Hay talleres de baile de tabla, arpa grande, guitarra de golpe, vihuela, violín, tololoche y versificación. El campamento es itinerante y cada año buscan un lugar diferente para hacerlo, siempre dentro de la región de Tierra Caliente y a ser posible, en un lugar desde donde se puedan desplazar para ir a ver y convivir con músicos tradicionales, pasar la tarde con ellos, tocar juntos, tratar de reanudar los hilos que tejen la trama de la conexión entre generaciones.
La intención es llegar hasta Puruarán -donde se va a hacer el campamento- pasando por Tacámbaro y por El capote.
Recorrer las carreteras comarcales te devuelven el sabor de esas realidades que las autopistas invisibilizaron
Vamos hacia el suroeste de Morelia, a Tacámbaro ("Lugar de palmeras"), un pueblo prehispánico conquistado por los Tarascos entre 1401 y 1450 y que en 1528 fue otorgado en encomienda a Cristóbal de Oñate. La encomienda fue un sistema de control muy fuerte durante la colonización en América: era el derecho que daba el rey a un súbdito español (encomendero) en compensación por los servicios que había prestado a la Corona. El encomendero recibía tributos o impuestos por los trabajos que los indios llevaban a cabo para la Corona. A cambio, el encomendero cuidaba de los indios velando por su cuidado espiritual y terrenal, preocupándose por educarlos en la fe cristiana. El tributo se pagaba en especie -con el producto de sus tierras-, o en servicios personales o trabajo en los predios o minas de los encomenderos
Llegamos a la plaza, el corazón de la ciudad, ahí donde se espera, donde te juntas con otros, desde donde parten muchas otras calles de la ciudad
Después de ser encomienda, pasó a ser República de Indios, otra forma de control y organización política impuesta por los españoles. Las repúblicas de indios fueron comunidades políticas indígenas sometidas por la Corona a un régimen de protección. Los indígenas no tenía derecho a participar en las actividades políticas generales. Se respetaron usos y costumbres indígenas siempre que no fueran en contra la religión católica y las leyes españolas. Esa fue la historia de muchos pueblos prehispánicos. Digamos que la conquista minó de forma pervasiva creencias, indentidades y en fin, todos los aspectos de la vida que existía: la consideración de la inferioridad cultural que se le atribuyó al indígena fue dura y duradera.
Cuando llego a lugares como Tacámbaro pienso en todo eso. Hoy subimos por esta calle
para ir a la Secretaría de cultura
para ver si ya ha sido entregada la solicitud de fondos para el campamento de El huerto. Por supuesto, la subvención todavía está en proceso y tan sólo faltando mes y medio, todavía no se sabe si darán dinero o no. Es época de elecciones. (¿Por qué la historia me resulta tan familiar?)
Hacemos algún trámite más en Tacámbaro caminando por estas calles caprichosas y especiales que conservan un indiscutible sabor
Volvemos a la plaza y a ese rincón
desde donde arrancan soportales que convienen para una breve siesta
La plaza que también acoge la iglesia principal
y que habla de la evangelización que los frailes Agustinos llevaron a cabo en el lugar. Junto a la iglesia,
la presidencia municipal y mucha gente esperando a la puerta
En esos soportales, toda la vida que siempre hay en ellos
- Buenos días seño, ¿de qué es el pan?
- De elote, de leche
- Deme éste. ¿Cuánto es?
- 7 pesitos y 1 por la bolsa de plástico que también cuesta
- ¿De dónde nos visita?
- De España. Un poco lejos, ¿verdad?
- Pues quién sepa dónde esté eso pero si usted lo dice, pues será lejos
Tacámbaro en un día normal, único
Único el camino y la llegada a Puruarán, el pueblo donde se va a hacer el campamento
El termómetro marca 39ºC. Caminamos tratando de buscar las sombras que se esconden
Junto a la plaza e iglesia
y el espacio central para la tabla y los fandangos
Vemos los espacios, se calcula el trabajo de limpieza y rehabilitación, los lugares para talleristas, niños y músicos, el comedor, los baños. Y después de unas gotas de lluvia muy agradecidas partimos hacia El capote
Vamos buscando a Vicente Murillo Barajas, uno de los violinistas del grupo Los capoteños. Vive aquí
y aquí es donde nos invita a comer. Su hija, como si supiera que íbamos a venir, había preparado dos ollas de uchepos, tamales de elote fresco que hace mucho tiempo que no comía
Es ahí donde Vicente nos enseña el lugar del hoyo para la tabla,
esa que ya por el uso se rompió pero que ya tiene compañera en buen estado
Ahí donde se concretan los detalles sobre el día que los niños vendrán a verle, a tocar con él y Los capoteños, a platicar, a compartir
El viaje de regreso nos enseña esa belleza particular de la Tierra Caliente de Michoacán,
caminos que hay que conocer
para no interrumpir lo que no debe ser interrumpido
Del calor pasamos al frío y a la lluvia. En Patzcuaro paramos para tomar un café
y despedir al día
No nos dio tiempo a visitar a otros músicos de pueblos cercanos a quienes también los niños del campamento van a ir a conocer. Nunca hay suficiente tiempo para todas las cosas buenas que se quieren hacer y conocer.
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