Llegan constantemente noticias de amigos o amigas que se separan de sus compañeras o compañeros, relaciones de diez, quince, veinte, veinticinco años, con hijos, sin hijos.
¿Qué nos mantiene unidos?
El estar enamorado y la pasión inicial se terminan; el cariño sustituye, reemplaza. Con el tiempo, las pasiones reaparecen, de otra manera, con otro color. O no aparecen y es la intransigencia quien ocupa, construye el dolor.
Cambiamos mientras vivimos, crecemos.
Mantenerse despierto, alerta; alimentar los días para que su alma no muera, para no deslizarse en la monotonía, el olvido, la aceptación fácil, la huella que solo camina una huella; crear para que la rutina no inunde. Igual, el otro también ha de cambiar, crecer, contigo, a tu lado. Sin que eso signifique que tenga que cambiar si ese no es su devenir, o que lo haga con las mismas coordenadas; pero sí atento al otro, entendiendo los cambios, la flexibilidad que no debilita sino fortalece. Un detalle, la mirada, esa conversación, el momento tal vez, lo más simple. Querer estar ahí para el otro, ambicionando su presencia.
Pero ¿qué se yo? Cada caso es uno y cada recorrido de vida, una incógnita. Mucha tristeza cuando se llega a un punto muerto del camino. Ternura al comprendernos en el recorrido, su trayecto emocionante.
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