Te llevan de una a otra orilla.
Al menos esta parte de la ciudad no invita al paseo, la verdad. Mi hotel está por el centro y las calles son un revoltijo de gente, coches y tiendas. Se camina, sí, pero no tanto para ver sino por necesidad, la compra, los bancos y ese tipo de haceres.
Cuando Jimmy me recoge para ir a comer volvemos a somarnos al río. No esperamos a que llegue la lancha
Solamente bajamos a la orilla para refrescarnos con el verde y el agua
Es fácil estar en un lugar en el que un amigo vive. No hay que dar muchas vueltas para encontrar un buen lugar para comer. Y la comida se alarga porque la companía es muy buena y la conversación no falta ni con Zoila
ni con Jimmy
Muchos le conocen y quien no, lo hace al momento. Saluda a todos. En algún momento se nos acerca la dueña del restaurante (Sal y pimienta) y también con ella charlamos un rato
y le hacemos fotos a sus nietos
Maravilloso el abrazo que ella le entrega a su hermano para la foto
Por la tarde quedo con Kevin, el requintista del grupo de niños que estaba tocan ayer en La cimarrona. Hace ya tiempo que su papa le regaló un violín pero no los saca del estuche porque cuando intenta tocarlo, nunca suena.
Sacamos el violín, recolocamos el puente, afinamos, vamos reajustando y todo cobra sentido, como el sonido. Kevin sonríe y en poquísimo tiempo mueve el arco sobre las cuerdas. Su sonido aflora
Me impresiona su habilidad e intuición para encontrarle el modo al instrumento. Verle sonreír cuando algo le gusta es el mejor regalo. Bueno, no sé si eso o escucharle tocar requinto, escucharle cuando me cuenta los sones que le gustan, cuando me habla de los sones nuevos y viejos, de porqué le atrae el requinto y no la jarana. Y me gusta escucharle porque es articulado y tanto voz como música fluye como si desde adentro ya hubiera un curso insterior que le gúía
Kevin, contigo se abren las puertas a otros mundos y enlazas esas cosas que son maravillosas en la vida: la simplicidad de una sonrisa hermosa, la música, la palabra.
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