Sin dormir una noche, las barreras de ayer y hoy se desdicen. Hoy, más aquí. Ayer, día interminable, entre vuelos, horas de espera, autobuses, llegar a esta España inconfundible, adentrame, dejar que ella me reciba. Entender y reconocer al instante las voces, los tonos, la forma de pisar, caminar, prescindir del otro, necesitarlo, contemplar. Voces de niños, niños jugango, niños en sus abrigos y bufandas, sus gorros. Bien abrigados, siempre, bien vestidos. Señores de abrigo. Señoras de piel y perrito al lado. Se siente el frío. Es invierno (me dicen, después de meses de un otoño muy cálido). Madrid, ruido, territorio que L. convierte en un poco más amigo, menos hostil. Me recoge, me mima. (La mejor bienvenida, una mano después de un viaje largo. Abrazo.) Fumadores, en cualquier parte, en todo momento (seis de nueve que esperan el autobus, fuman). Luego, un último trayecto de viaje y el autobús que se estropea y esas imágines de una España europea, actual, (¿exuberantemente?) moderna, pero aún medieval, de tú a tú. Y una hora más de espera en Madrid antes de ese viaje a Salamanca. Me pierdo el paisaje del camino. Veo el sol rojo de atardecer en el espejo retrovisor, pero no lo encuentro desde donde estoy sentada, demasiado cansada. Duermo un poco. Y la llegada a Salamanca, la catedral inconfundible recibiendo, el puente, el río perdiéndose en la noche incipiente, y la casa. Papá y mamá. (Tan esperado el encuentro.)
De noche, mucho más tarde, los amigos, la sabiduría de la cercanía y del compartir, de corazon a corazón, sin intrigas, con claridad, con la alegría de estar juntos, compartiendo. Muchos años. Siempre especial. En la cena, entre nuevos platos, combinaciones, presentaciones, sabores, atinos y desatinos, la conversación que no cesa, que es un continuar la de ayer. Y luego el juego divertidísimo al futbolín, como niños y niñas pequeñas, disfrutando sin fin. Hasta la madrugada.
Y hoy, Salamanca. La camino con Mer y disfruto esa ruta de espirales y largas avenidas, porque ella entretiene cada paso y sentirme a su lado es como recuperar una parte de mí. Gentes en sus rutinas, sus afanes, las tareas que aumentan por ser navidad, por esas comidas y regalos especiales en esta época del año. Salamanca. Sin turistas. Así se siente.
Esta tarde, vuelvo a ver a mi gran amiga, tan encantadora que hasta las modelos se paran a admirar su porte y su sonrisa
y con ella el paseo, el café, la charla, las luces cambiantes sobre casas y cupulas
Demasiado breve el estar juntas, la amiga, la ciudad. Luego, por la noche, Lagunilla, la otra casa. Estar y saberse en este pueblecito del sur de Salamanca, en una ruta escondida para muchos. Maravilloso.
1 comentario:
eres nuestra memoria
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