lunes, diciembre 04, 2006

Entre México y Michoacán

Cada viaje es una aventura exterior e interior, un periplo en el que se siente que los días se viven con más intensidad. O tal vez la misma, solo que en esos días entra en juego lo impredecible, lo desconocido, lo que otro lugar u otras personas deciden por tí. De viernes a lunes. Cambios y contrastes, de la montaña a la depresión del río, del frío extremo al calor insaciable habitado de noches de grillos de verano que se amanecen cantando y hasta despiertan al gallo madrugador. Aprendes a moverte sigilosamente, a comprender otras voces, a escuchar otras vidas.

Salimos de Madison con frío y anuncio de nieve, escapando de la ciudad para que la tormenta no nos atrapara en la carretera. Volamos de madrugada, un vuelo silencioso, sin sobresaltos, para dormir y despertar cuando apenas si había amaneciendo la Ciudad de México. Llegamos en viernes, 1 de diciembre, día de la investidura del nuevo presidente electo Felipe Calderón. Nos asombra la falta de tráfico en las calles. Luego nos damos cuenta de que es festivo, que lo han elegido así por ser el día de la toma de posesión del cargo (de la "protesta" le dicen en México).
Nos movemos con rapidez por la urbe gigante que es esa capital de 21 millones de habitantes y que sigue extendiéndose interminable por el valle y las lomas, poblada de contrastes, de geografías desordenadas que difícilmente parecen encontrar un equilibrio. Vamos hacia Tlanepantla para despertar a Mariquita y estar un rato con ella, cálida y especial.
Luego seguimos viaje atravesando Toluca. Atorados en su atasco, nos da tiempo a contemplar esas escenas cotidianas que miden el pulso de una ciudad, lo que se compra, lo que se vende, las piñas de 4 x 20 pesos ($2), melones, mandarinas...


Ya en Michoacán, cerca de Morelia, el paisaje cambia totalmente. El verde y los árboles han dejado atrás los campos secos, al maíz que ya están recogiendo. Ahora son los lagos, el de Cuitzeo, el de Zirahuén con sus aguas marrones. Es el Michoacán maravilloso de ciudades como Morelia y pueblecitos como Patzcuaro, con sus calles empedradas, casas coloniales que aun conservan un sabor antiguo, placitas donde sentarse bajo los árboles, relojes de agujas que saben decir las horas y farolitos en las esquinas

Como en muchos otros lugares, los turistas ayudan a mantener la economía y ayudan a los mil vendedores que pasan con sus artesanías, sus antojitos, las ranas que saltan mire por 6 pesitos cada una pero se las dejo en 10 si lleva tres

Y es en Patzcuaro donde vemos salir la luna y

luego, hacia Uruapan, donde casi escuchamos el paseo del sol hacia su esconderse, en un atardecer de luces doradas en las que te diluyes mientras te envuelven.

La noche nos dejó en Churumuco, un pueblecito donde se celebró el primer día del Festival de la cultura de la Tierra Caliente.


Imágenes de músicos, de niños, luces de atardecer, paisajes desérticos, presas con magníficas montañas de fondo, garzas junto a pelícanos, el río Balsas. México, inmenso. Lo más pobre y lo más exuberante en él citados, de la mano, amarraditos para el bailar el danzón en un ladrillito.

Mañana continúo. Ahora debo, al menos, encontrar mi rincón de nuevo, aquí, en la casa.

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