martes, diciembre 05, 2006

Música y baile en Zicuirán

Salimos de Madison el jueves por la noche con 8 grados. Regresamos ayer con -8º. Esa es la temperatura que marca el termómetro. Demasiado frío. Pero una luna llena maravillosa y espectacular. Con la brillantez de las de esos días fríos de cielo clarísimo, de invierno de sierra, o de estapa madisoniana también.
Quiero volver unos días atrás para poder contar un poco más y sin embargo, la fuerza del día me arrastra a estar aquí, no me deja salir. Ni quiero salir. Escucho a mis alumnos, me siento contenta de tener el trabajo que tengo, de hacer música, de ayudar a otros a hacerla. Pero sí, imágenes cálidas regresan y reviven en este otro marco, este espacio del recuerdo.

Nuestro segundo día en México comenzó con un viaje desde Churumuco a Zicuirán, donde iba a ser el segundo día del festival.
Ya para el mediodía, el termómetro marcaba 30º. El camino que hicimos de noche, ahora lo vemos de día, los vados, los trozos sin asfalto en la carretera, la zona de desierto que es, aunque la presa del Infiernillo está ahí. Las fotos no hacen honor a su casi majestuosa serenidad entre las montañas


Zona despoblada, agostada por el calor, casi desértica. Para quienes viven por allí, o para los que están de paso, algunas botanerías anuncian su mojarra emparrillada, el filete empapelado, la mojarra empapelada

Para cuando llegamos al centro del pueblo, aun los músicos no habían llegado. "En la tardecita nos reuniremos en el parque y ahí comenzará el fandango. Cada grupo buscará una sombrita y ahí estarán tocando". Eso habían dicho. Y así fue. Los músicos fueron llegando, se fueron sentando en los bancos bajo los árboles, unos tocaban, otros esperaban, otros se les unían, otros escuchaban. Y la música sonó desde las cuatro hasta que empezó el concierto a eso las 7 y cuarto. La tarima también llegó y los bailarines hicieron turno para subirse a ella y sobre la tabla, redoblar con su zapateado, ser otro instrumento musical acompañando al arpa, su cacheteo, las guitarras de golpe, los violines y las vihuelas.

La fuerza de estos sones de arpa cacheteada es magnífica, dos y tres violines llevan las melodías mientras los otros instrumentos acompañan, los bailarines zapatean durante las secciones instrumentales y escobillean para recuperar fuerzas mientras suenan los versos cantados. En la tabla se turnan las parejas. En el cacheteo del arpa también se turnan los cacheteadores si el que toca también baila y quiere unirse al fandango de música y baile.

El festival y el concierto se hicieron en homenaje a Leandro Corona, de 99 años, y José Jiménez de 87.
Música y baile, varias generaciones de músicos en escenarios de música tradicional. Un honor poder escuchar a estos músicos que hoy tienen la oportunidad de ser reconocidos por su talento y su vida dedicada a la música.

2 comentarios:

Max Corona dijo...

Es una grata sorpresa encontrar este blog, recien estuve en el 101 Aniversario del tio Leandro, fue un momento de mucha emotividad pues toda mi vida escuche hablar sobre Él y sobre su Hermano Isaias y por circunstancias diversas solo hasta hoy pude conocerles personalmente lo que me llena de orgullo y satisfaccion por ser parte de esta enorme y gran familia ...muchas gracias por el reconocimiento que usted le otorga con este espacio .
Saludos Cordiales!
Max Corona

Raquel dijo...

Max,
es un gusto que hayas mandado este comentario. Qué bueno que hayas podido celebrar con él su 101 aniversario. Para mí fue una suerte haber podido estar en el festival y escuchar a tu tío.
Un abrazo grande