El tiempo se deja deslizar sin prisas, se deja saborear, querer. Te deja la tranquilidad, un respirar que no decepciona, su espacio. Sentirlo abierto. Nada en su destino inmediato es necesario, inminente. Es. Y tú en él. También los demás así lo viven. Te pasea, te lee. Tiempo para escuchar con calma, para estar en silencio también. Y cuando su luz se desvanece lentamente, sales a recogerle. Ese paseo al atardecer, el paisaje entretenido en su propia belleza, la luz juguetona, montañas y campos de sabio perfil y segura silueta.
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