Llegan tus vacaciones, un descanso, una pausa, prescindir de lo cotidiano, sostener otro despertar en la mirada.
Subes a tu norte, a tu mar, tus montañas.
Tú un poco más allá, ahí donde el mar es más bravo e indómito y donde el verde contiene todos los matices de posible verde.
Tú a ese otro norte, ordenado y moderno.
Y tú a esa otra frontera, tu Duero, tu calma y las voces de los más pequeños al despertar cada mañana.
Tú te quedas cuidando mis piedras, los ocres, el esplendor de los atardeceres sobre el llano y la primavera incipiente de los campos.
Vosotros al rincón más cercano, olores de siempre, montaña, riachuelos, destino, recorrido de vida, jardín, noche de luna.
Debo esperar unos días hasta que me llegue el turno para ese breve receso. Entonces, invento que me convierto en pasajero de vagón sin otros viajeros a bordo, o con varios, desconocidos, sin horarios ni esperas, sin destino final, un recorrido sin tiempo, dejándose ir, tal vez desgranando recuerdos, tal vez dibujando el rocío de esos granos desanidados. Me pierdo un poco y recupero el silencio, la palabra, el vínculo, la nada, el todo.
Ahora es aquí. Luego sí, luego salgo, a finales del otro mes, un viaje esperado.
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