Hoy volvemos a Milwaukee, esa ciudad que siempre imagino gris y un poco hostil, con el humo blanco de las chimeneas de las fábricas dibujando su estatura en el frío cielo de su invierno, el estadio de los Brewers delimitando también el espacio, el olor a levadura en el verano mientras la cerveza fermenta en las cervecerías (Milwaukee, Wisconsin, Midwest, herederos y testigos de inmigrantes alemanes, noruegos, suecos, polacos). El centro de la ciudad parece estar casi siempre vacío. Los edificios grandes me recuerdan a otra época, a la del desarrollo industrial de hace dos siglos, edificios sedientos de calor humano, oficinas, negocios, despachos de abogados.
Rehuyo esta ciudad y casi sólo voy a ella para escuchar conciertos, para darlos, o por alguna otra razón suficientemente importante como para hacer el viaje. Hoy, más que conciertos, son presentaciones-talleres para escuelas que están dentro del programa de ACE (Arts in Community Education), un proyecto promovido desde la orquesta sinfónica de Milwaukee y que trata de integrar la música y otro tipo de experiencias artísticas presentadas por músicos y artistas profesionales dentro del curriculum escolar. Trata de desarrollar en los niños una forma de pensar creativa y crítica a través de esa integración de las artes dentro del curriculum educativo. (Si quieres leer un poco más sobre ACE, entra aquí.)
Más que hablar de ACE hoy sólo quería subir un par de imágenes. Estoy conduciendo y mi cámara está ahí, no puedo estar al volante y hacer fotos al mismo tiempo. Pasan ante mí las chimeneas altas, los puentes y caracoles de la circunvalación, las iglesias de todo tipo de religión, más fábricas, la señora con chaleco verde reflectante y el cartel de stop en la esquina esperando a los niños que salen del colegio para hacerles paso y ayudarles a cruzar la calle. Milwaukee. Esta ciudad de unos 600.000 habitantes (contando las zonas suburbanas suman más de un millón) tiene barrios de mil clases, de los muy ricos que viven junto al lago, de otros que mucho menos, de los otros que nada, y de mil etnias de inmigrantes. La semana pasada caminamos por el mexicano que, como en muchas otras partes de Estados Unidos, crece a una velocidad desorbitada y donde nada más entrar descubres su color, todo mezcladito como buen tequila en margarita
Hoy, un paseo por otras zonas de clase media
y por el gueto, donde en la escuela que tocamos, por ejemplo, hay un porcentaje de 1% o 2% de niños blancos, asiáticos o hispanos. Los demás son afroamericanos. Tú eres quien habla raro, quien no sabe lucir su pelo con trencitas acabadas en lazos de color, o los vaqueros anchos, y tu caminar tan plano. (Al final, te acercas y me dices que te gusta cómo toco mi violín y me fascina cuando con tu forma de hablar y tu cadencia inconfundible me preguntas Do you play the blues? Tu piel tan terciopelo, tus ojos intensos. Y no puedo fotografiar el momento.)
Zona en la que compramos algo de comida rápida (hoy no queda más remedio, no tenemos tiempo a buscar algo mejor). La anécdota no es ni siquiera la comida sino el lugar, como entre rejas, todo separado por una barrera de cristal, parecido a un banco, con corazas, el vendedor tras la ventanilla, la comida to go que te entregan en un carrusel chiquitito después de pagar, pago que ni con cheque ni tarjeta de crédito, sólo con dinero en efectivo
Y una vez que has pedido, si no tienes tu recibo, no te dan el pedido, y una vez que has pedido y pagado, no existen cambios posibles ni devolución de dinero: comida pedida, comida servida. Sólo esperas tu turno para salir del lugar
Y si necesita un teléfono, también vas a tener que esperar a que la nieve se vaya. El cartel dice "Call anywhere" (llama a cualquier parte). Habría que añadir "if you can" (si es que puedes)
(Lo curioso es que hasta hay una cabina.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario