Hoy tengo este sentimiento de alegría que hacía tiempo que no me llenaba. Abro las ventanas y escucho el canturreo de algún pájaro, cómo llama a los otros. Hay luz, hay sol. Aún no ha nacido el primer verde, ese que es casi transparente, tan repleto que hasta se siente cada poro de su tejido respirar vida, piel, brote. Pero hay bulbos que ya están saliendo, no esperan; en cuanto la nieve se va, ahí están, incesantes e inquietos, ansiosos de aire templado y resplandor, junto a la lavanda, junto a las hojas del último otoño que atrapadas quedaron
La tierra recogió toda la nieve, fuerte y extensa asumió su ciclo, confió una vez más.
Pienso en eso muchas veces. Cada año me admira la rapidez con que la nieve desaparece y cómo la tierra la absorbe y acoge con fluidez.
Hoy vuelvo a pensarlo: es el día internacional del agua. Recuerdo muy claramente cómo al regresar de nuestro primer viaje a Bolivia, al llegar a casa, lo primero que hice fue abrir el grifo y beber agua. En ese momento me dí cuenta del lujo que era no sólo poder abrir el grifo y beber agua sino tenerla siempre que quisiera, sin escatimarla.
¿Se sentirán estos bulbos de la misma manera? Tienen agua, beben a su antojo, crecen bajo su amparo y dejan la que no necesitan para que otras raíces la recogan. ¿Hacemos eso nostros? ¿Utilizamos sólo el agua que realmente necesitamos?
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