Voy, vengo, me muevo de un sitio a otro y el rato que puedo, me detengo. Quisiera poder descansar un momento más. Estos cuatro días han sido largos, intensos. Ha sido sumergirse en un nuevo ritmo de vida sin tener mucho tiempo para extraviarse, sin tiempo para los amigos, los mensajes, el teléfono. Sin embargo, me siento en paz con la vida y sé que los demás están ahí, como estas flores que encuentro por la vereda y que parecen resistir los días más templados. El sol las alimenta. Sonrío al verlas y pienso que esos colores también son de comienzos de otoño
3 comentarios:
Jo, me alucinas, Raquel. ¿Llevas siempre la cámara a mano? o ¿haces salidas especiales para hacer fotos muuuy a menudo? Envidio esa paciencia.
Un abrazo.
Lo cierto es que cuanto más cuentas del lugar y de lo bien que parece sentar al ánimo, de lo tan a escala humana que se antoja su tamaño, más apetece coger el petate y visitarlo.
Un abrazo y a disfrutar -que no hace falta aconsejarlo, ya lo haces bien, y lo que nos alegramos quienes entramos en tu bitácora-.
Leo, llevo la cámara en la mochila y trato de salir cinco minutos antes para poder pararme en el camino si algo aparece. Ahora el tiempo no da para más.
Gracias preciosidad
Diarios de rayuela, gracias también. El único problema que tiene Madison (bueno... si ese fuera el único, mira ya voy a contarte dos) es que está un poco lejos de España y que está en un país regido por alguien que sigue empeñado en hacerse pasar por Dios.
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