Aunque lleve el nombre de Viejo Montreal, creo que sólo el adjetivo se ajusta a los edificios, a la parte antigua de la ciudad, la que discurre junto al río, la avenida de Notre Dame por donde caminamos con todos los edificios neoclásico. Desde el mercado vamos en metro
hasta la plaza Victoria
muy cerca de este edificio donde trabaja nuestro amigo O.
Desde allí caminamos hasta la Plaza de Armas por calles muy vacías por ser sábado. La mezcla de lo nuevo y lo viejo es evidente y parece tener un algo casi dramático cuando contrasta con ese cielo tan intenso
por el que las nubes viajan con rapidez
La calle es Notre Dame
y va desde la plaza Victoria hasta la plaza de Armas
donde está la basílica de Notre Dame. Hoy parece un circo esa plaza con tanta boda y tanta gente peripuesta, limusinas, carruajes
Y no es sólo aquí sino un poco más allá. Como si el día fuera el propicio y el buen tiempo hubiera echado a volar las campanas. Se siente un poco como de otro lugar, otro momento,
casi irreal aunque cierto. El día tan luminoso lo exagera y delimita con líneas claras.
El día tan luminoso lo exagera tal vez y lo delimita con líneas claras
Nuestro paseo sigue hasta llegar al puerto. Esa calle que baja se merece toda una entrada por su gente y sus personajes: el mimo que ofrece regalos gratis,
el contrabajista y clarinetista a punto de empezar a tocar,
el Elvis con quien cualquiera se puede fotografiar por $2 (-la chica de la foto me mira asombrada como preguntándose por qué además de su compañero yo también la fotografío),
los otros músicos, los pintores, los caricaturistas... la lista es interminable. Un adiós por ahora. Mañana un poco más.
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