martes, noviembre 14, 2006

Noviembre y viajar

Fue prematuro el anuncio de la nieve. No llegó para quedarse. La hierba vuelve a resurgir tímidamente y las hojas secas en los árboles tienen una oportunidad más para acabarse de caer. Pero ahora sí se siente ya el noviembre que trae el invierno, los brazos de los árboles desnudos, las calles sin el cobijo de las ramas. Desnudez. La otra belleza.
Luces para la navidad comienzan a asomar en algunas casas. ¿No es demasiado pronto? Tal vez sea mejor así, iluminar las casas en esta época del año en que las noches llegan demasiado temprano y el sol amenaza constantemente con esconderse tras las nubes. Tal vez un buen momento para pensar en el próximo viaje. A propósito de viajes, ayer JF me manda este artículo, Humillante, de uno de mis columnistas favoritos de El País, Juan José Millas. Desde septiembre de 2001, viajar en avión se ha convertido en un dolor de cabeza por la seguridad y revisiones por las que se tiene que pasar. Con el tiempo, esos controles siguen recrudeciéndose. Y cada vez que hay una "alerta roja", es mejor asegurarse de llegar al aeropuerto con horas de antelación. Menos mal que al final del viaje, los destinos suelen recompensar todas las precariedades.

Humillante, por Juan José Millas
[EL PAÍS - - 10-11-2006]

Cualquier persona con dos dedos de frente sabe que las medidas de "seguridad" adoptadas a partir de esta semana en los aeropuertos son una locura. Nada es más inseguro ni humillante que cruzar un arco antimetales descalzo y sujetándote los pantalones ante la mirada irónica o suspicaz de un grupo de uniformados. La seguridad a ese precio es sólo precio. El problema es dónde protestar, porque, si lo hemos entendido bien, se trata de una "directiva europea", es decir, no sabemos quién es exactamente el paranoico al que se le ha ocurrido. El interruptor de la luz lo maneja un alemán y el tránsito aeroportuario un belga. Como ven, todo muy tranquilizador. Afirmar que se trata de una "directiva europea" es tanto como atribuir la decisión a Dios, lo que no está mal si pensamos que Dios siempre ha sido partidario, en todas las culturas, de fomentar el miedo, el susto, el castigo, el delirio de persecución.

Pese a la apariencia de laicidad en la que vivimos instalados, nunca
hemos sido tan religiosos. Ahora nuestro Dios es Alá, puesto que a él se atribuye en última instancia esta normativa que ha caído del cielo como la gota fría. No lo he descubierto yo, sino un funcionario de la T-4 madrileña con el que me animé a compartir mi perplejidad. Me pidió que no le echara la culpa al PSOE ni al PP ni a CiU, ni siquiera al tripartito. Me dijo literalmente que la culpa era de Alá. De modo que no queríamos Dios y tenemos dos tazas. Si de verdad fuéramos laicos y demócratas, ningún Estado se atrevería a humillarnos con estas prácticas religiosas.

De momento tenemos que atravesar el arco medio desnudos, con la tarjeta de embarque en la boca y haciendo equilibrios con las bandejas en las que hemos agrupado obsesivamente los objetos por densidades. Lo de los 100 mililitros, créanme, carece de importancia. El problema será cuando no nos dejen pasar con toda la masa encefálica. O con cantidades de pensamiento superiores a las permitidas por la directiva europea o por Alá. Aunque quizá esas restricciones hayan entrado ya en vigor sin que seamos conscientes de ello. Ninguna sociedad con un pensamiento entero se habría tragado esta imposición. El fundamentalismo religioso ha ganado la guerra.