Se agradece la calma, el barco que se mueve despacio, que te lleva. Anoche ya dormimos el bote. Hoy iniciamos el crucero. Vamos de Luxor a Aswan. Pasamos la noche en Edna. La mayor parte de los pasajeros son alemanes.
Después de la mañana de madrugada, de tumbas y templos, comemos, dormimos una siesta y despertamos para subir a borda y sentarnos a tomar un café (sirven té o café a las 4:30 de la tarde, tipo ingles, con pastas muy dulces haciéndole companía).
El Nilo se siente majestuoso. Nosotros, espectadores de escenas que recorren sus orillas
Hoy están las garzas en sus isletas, las barcas pequeñas en sus faenas, el que pasa con la vaca, quien siembra, quien saca agua del río, quien solo contempla
A las 5:20 suena la cuarta llamada al rezo (son cinco las veces que el musulmán ha de rezar. Hoy es viernes y es el día en que el buen musulman debe ir a la mezquita a rezar, en la tercera llamada, la de poco después del mediodía. Pero solo los hombres. Las mujeres deben estar en sus casas, trabajando, haciendo la comida, cuidando los niños y teniendo todo dispuesto para su marido, que él sí puede tener hasta cuatro mujeres pero no ellas, que él sí puede elegir casarse con una mujer no musulmana pero no así ella, que no puede elegir a quien no es musulmán).
Pasan otros cruceros. La luz ya es suave. En ese bote pequeño está él orando, mirando al este, hacia La Meca. La montaña de la otra orilla ya casi duermen. El sol baja, suavemente. Disfruto ese momento, fluir lento y adormecido, sencilla magnificencia deslizándose por el río mientras el atardecer despliega sus alas y arropa en sus reflejos de mar y tierra
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