Desde Luxor visitamos hoy los templos de Abydos y Dendara, al norte. Estamos en camino a las 8 de la mañana, hora a la que parte el convoy en el que vamos (desde el atentado de hace unos 10 años en el que murió un considerable número de turistas, la vigilancia es extrema). No hay otra forma de hacer ese viaje de casi tres horas que realmente merece la pena hacer. Merece por los templos de Abydos y Dendara, cada uno con una personalidad marcada y una historia interesante. Templos para el culto, para la celebración de reyes y dioses, el de Abydos con sus siete capillas, cada una para un Dios, el de Dendara con sus columnas inmensas que terminan en capiteles que parecen tener cara de niña, y el uso que religiones posteriores hicieron del templo, la superposición de creencias que destruye para imponer algo nuevo, que pocas veces respeta lo anterior. Aquí fueron los coptos, en Luxor la mezquita musulmana construída con piedras del templo y dentro de su recinto, en Córdoba la catedral dentro de la mezquita, en Mitla la iglesia donde antes estaba la pirámide, en Sevilla La Giralda donde el minarete. Templos de magnífico porte y detalle, cada inscripción con su significado y simbolismo, cada elemento con una razón de ser.
Vemos el templo de Seti I en Abydos con un sol fuerte, a contraluz
En el interior, los detalles, las columnas, los jeroglíficos
Luego vamos a Dendara, al templo de Hathor
Junto a lo sagrado y religioso, lo profano; junto al noble, el plebeyo. Nada como hacer esta carretera que discurre paralela al Nilo, entre Luxor, Abydos y Dendara, ver los pueblos y ciudades que atravesamos, las mil escenas de lo cotidiano, el puesto para vender carne ahí mismo en el camino, los niños diciéndote adiós cuando pasas, el sitio donde tomar té o fumar sheesha, esas dos constantes que forman parte de la vida del egipcio
La fascinación constante, la mezquita de la mano de la casa de adobe, la calma y la riqueza que el río crea pero que no genera lo suficiente para desterrar un subdesarrollo y una pobreza demasiado evidentes
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