Te mueves como mariposa sutil, sin esfuerzo, cuidando de todos, regalándonos lo que cada uno necesita, sin dejar de ser tú, siéndolo todo. Feliz cumpleaños mamá.
Parabienes, qué simple y qué hermoso. Así dice tu tarta de cumpleaños, junto a las dos velas que llevan los números de una edad que no tiene tiempo, un 8 y un 1. Es tu cumpleaños. Cualquier día es una buena disculpa para estar contigo pero este día es aún más especial. Por eso vinimos, para estar contigo, celebrarte, vivir contigo y los demás tu cumpleaños grande y maravilloso
Te queremos muchísimo. Todos. Tu corazón es esa gran acogida, ese mar inmenso e infatigable. A tu lado, el gran acompañante de tus días. Uno y otro, un ensueño. Tu playa, tu color, tu día, tu capacidad de amar, de acoger y entregar. Imposible no quererte siempre.
lunes, abril 30, 2007
Belém, Sesimbra y sierra de Arrábida
Se nos olvida que es lunes, que museos y monumentos a menudo cierran ese día. Vamos a Belém con la intención de ver el monasterio de Los Jerónimos pero sólo podemos verlo por fuera. A pesar de eso, merece la pena
Como muchos otros monumentos de la época (este se empezó a construir a principios del siglo XVI), mucho del dinero que se utilió para la construcción del monasterio vino de los impuestos generados por el comercio de las especias, de la pimienta en este caso. No sin razón el monasterio se construyó para conmemorar el "descubrimiento" de Vasco de Gama de la ruta marítima la India
Tampoco podemos entrar en la torre de Belém, aunque dicen que lo más interesante está en su exterior, el acordonado, la mezcla de elementos góticos, bizantinos y manuelinos. Ahora convertida en punto turístico, la torre fue mandada construir por Manuel I hacia 1515 para defender la entrada al puerto de Lisboa
Vemos y sentimos el río Tajo (Tejo en portugués) mientras caminamos por el paseo marítimo que lleva hasta el monumento que conmemora el inicio de "la edad del descubrimiento" y los viajes al Nuevo Mundo
En la inscripción reza: "Ao infante D.Henriqve e aos portvgveses qve descobrir am os caminhos do mar". Dirigiendo las expediciones, el infante, detrás, sus consejeros, cartólogos y, cómo no, los monjes y frailes que nunca dejaron de estar en cualquier oportunidad lucrativa (por el bien de la iglesia, eso sí)
Y junto al monumento del navegante, ese otro símbolo de Lisboa, el puente 25 de abril que primero se llamó Puente de Salazar por ese otro dictador que maniató al país durante algo más de 30 años (-¿a qué nos suena?-) y que fue finalmente destituído tras el golpe de estado del 25 de abril de 1974, la revolución de los claveles.
Carlos nos ha ido preparando el itinerario de cada día. El de hoy, nuestro último día, incluye Sesimbra, un pueblecito de pescadores en la costa, al sur, cerca de Cabo Espichel. Son las tres de la tarde cuando llegamos y ya los portugueses, que madrugan más que los españoles a las horas de comer, parecen estar en la tranquilidad de la tarde
El restaurante donde comemos está junto a la playa. La comida es excepcional (las entradas, el rodaballo, pez emperador, lubina... fresco, exquisito)
Sí, memorable esa comida que recordaremos por mucho tiempo y ésta, la playa que luego paseamos
El día no quiere desistir, no queremos que nada de esto termine. A pocos kilómetros de Sesimbra paramos en Vila Nogueira da Azeitão a comprar quesos (quejos de aceitão) y vino en las bodegas de Jose Maria da Fonseca
para luego seguir camino por la sierra de Arrábida y perdernos en sus verdes y frondosas laderas que desfilan desde lo alto para ir a dar al mar. Nos paramos en el mirador desde donde vemos el convento de Arrábida, un monasterio del siglo XVI que mira al mar y que, como muchos otros monasterios, está enclavado en un lugar realmente extraordinario
Desde ahí vemos esta costa,
esta inmensidad
Hacemos el viaje de vuelta por Setúbal y atravesamos el centro de la ciudad. El día se despide con esta luz
Antes de la despedida, volvemos a dar otro paseo nocturno por Lisboa, esta ciudad que nos ha acogido y enamorado. Volver a bajar y subir la cuesta, vivirnos un poco más.
Ha sido un viaje inolvidable.
Como muchos otros monumentos de la época (este se empezó a construir a principios del siglo XVI), mucho del dinero que se utilió para la construcción del monasterio vino de los impuestos generados por el comercio de las especias, de la pimienta en este caso. No sin razón el monasterio se construyó para conmemorar el "descubrimiento" de Vasco de Gama de la ruta marítima la India
Tampoco podemos entrar en la torre de Belém, aunque dicen que lo más interesante está en su exterior, el acordonado, la mezcla de elementos góticos, bizantinos y manuelinos. Ahora convertida en punto turístico, la torre fue mandada construir por Manuel I hacia 1515 para defender la entrada al puerto de Lisboa
Vemos y sentimos el río Tajo (Tejo en portugués) mientras caminamos por el paseo marítimo que lleva hasta el monumento que conmemora el inicio de "la edad del descubrimiento" y los viajes al Nuevo Mundo
En la inscripción reza: "Ao infante D.Henriqve e aos portvgveses qve descobrir am os caminhos do mar". Dirigiendo las expediciones, el infante, detrás, sus consejeros, cartólogos y, cómo no, los monjes y frailes que nunca dejaron de estar en cualquier oportunidad lucrativa (por el bien de la iglesia, eso sí)
Y junto al monumento del navegante, ese otro símbolo de Lisboa, el puente 25 de abril que primero se llamó Puente de Salazar por ese otro dictador que maniató al país durante algo más de 30 años (-¿a qué nos suena?-) y que fue finalmente destituído tras el golpe de estado del 25 de abril de 1974, la revolución de los claveles.
Carlos nos ha ido preparando el itinerario de cada día. El de hoy, nuestro último día, incluye Sesimbra, un pueblecito de pescadores en la costa, al sur, cerca de Cabo Espichel. Son las tres de la tarde cuando llegamos y ya los portugueses, que madrugan más que los españoles a las horas de comer, parecen estar en la tranquilidad de la tarde
El restaurante donde comemos está junto a la playa. La comida es excepcional (las entradas, el rodaballo, pez emperador, lubina... fresco, exquisito)
Sí, memorable esa comida que recordaremos por mucho tiempo y ésta, la playa que luego paseamos
El día no quiere desistir, no queremos que nada de esto termine. A pocos kilómetros de Sesimbra paramos en Vila Nogueira da Azeitão a comprar quesos (quejos de aceitão) y vino en las bodegas de Jose Maria da Fonseca
para luego seguir camino por la sierra de Arrábida y perdernos en sus verdes y frondosas laderas que desfilan desde lo alto para ir a dar al mar. Nos paramos en el mirador desde donde vemos el convento de Arrábida, un monasterio del siglo XVI que mira al mar y que, como muchos otros monasterios, está enclavado en un lugar realmente extraordinario
Desde ahí vemos esta costa,
esta inmensidad
Hacemos el viaje de vuelta por Setúbal y atravesamos el centro de la ciudad. El día se despide con esta luz
Antes de la despedida, volvemos a dar otro paseo nocturno por Lisboa, esta ciudad que nos ha acogido y enamorado. Volver a bajar y subir la cuesta, vivirnos un poco más.
Ha sido un viaje inolvidable.
domingo, abril 29, 2007
Sintra, su castillo y Cabo de Roca
Desde siempre he querido conocer Sintra, esa ciudad que dicen que pudiera ser una página sacada de un libro de hadas. Siempre la he imaginado mágica, idílica, un algo de cuento. (¿Por qué imaginamos y con esas imágenes inventadas vivimos? ¿Por qué nunca he querido ver fotos de la ciudad y ver su realidad?) Y así es, aunque la cantidad de turistas de hoy (la gran mayoría españoles, pero también italianos, franceses, portugueses y algún que otro inglés) le roba un poco de ese idilio y la imaginando ha de seguir pactando una tregua con la realidad.
A pocos kilómetros de Lisboa, Sintra se asienta carismática y única entre un entorno de verdes y colinas. Pasamos por el centro y dejamos de lado el palacio nacional
y algún que otro recinto de ensueños
Hay espacios que son magnéticos, ubicaciones que nacen con un don especial y que siglo tras siglo son elegidas por unos y otros para construir sus lugares sagrados, sus viviendas, sus palacetes. Los primeros ibéricos hicieron de esta ciudad un lugar de culto para sus dioses, luego los moros levantaron allí su castillo, la edad media le construyó monasterios y la nobleza portuguesa encontró en Sintra su refugio después del terremoto de 1755; en el siglo XIX, se convirtió en el centro de la arquitectura romántica.
La subida al palacio de la Peña (Pena en portugués) es maravillosa, los árboles entrelanzando el camino, la vegetación caprichosa, el bosque frondoso inundando la ladera de la colina
El palacio surge caprichoso también allá en lo alto. Entre tintes lavandas, amarillos y rosados juega con el espacio, entre su fantasía y lo inesperado
No sólo juega colores sino formas y atavíos que pueden muy bien ser o no unidad
La puerta por la que entramos parece árabe
y el final del corredor que lleva al interior me recuerda al modernismo de Gaudí
Pero me cuentan que el palacio lo construyó el arquitecto prusiano Ludwig von Eschwege en 1840 utilizando un estilo manuelino y que fue encargado por el rey Fernando, marido de la reina María II. Igual, es magnífico, divertido, laberíntico; sus torres juguetonas,
sus atalayas, románticas
Cada parte es una curiosidad, un mundo, desde la fachada principal
a las vistas de la parte posterior desde donde también se puede ver el castillo moro,
Después de ver el interior del palacio y las muchas habitaciones que permanecen tal y como las dejó la reina Amelia cuando tuvo que abandonarlo al declararse la república en 1910, emprendemos camino hacia nuestro nuevo destino. Nos alejamos de la ciudad y encontramos un rincón en el camino, un merendero donde comemos la comida de campo más rica junto a un lugar que también parece de ensueño entre sus verdes, el agua y sus nenúfares
No puede terminar el día sin hacer una parada más, un destino del que nadie se puede olvidar, Cabo de Roca, el punto más occidental de europa. Es allí a donde vamos, donde nos sentamos a tomar un café mirando a este mar
Luego caminamos junto a este desfiladero, en este escenario que una vez más te empequeñece
¿Cómo será mirarlo desde el faro?
A pocos kilómetros de Lisboa, Sintra se asienta carismática y única entre un entorno de verdes y colinas. Pasamos por el centro y dejamos de lado el palacio nacional
y algún que otro recinto de ensueños
Hay espacios que son magnéticos, ubicaciones que nacen con un don especial y que siglo tras siglo son elegidas por unos y otros para construir sus lugares sagrados, sus viviendas, sus palacetes. Los primeros ibéricos hicieron de esta ciudad un lugar de culto para sus dioses, luego los moros levantaron allí su castillo, la edad media le construyó monasterios y la nobleza portuguesa encontró en Sintra su refugio después del terremoto de 1755; en el siglo XIX, se convirtió en el centro de la arquitectura romántica.
La subida al palacio de la Peña (Pena en portugués) es maravillosa, los árboles entrelanzando el camino, la vegetación caprichosa, el bosque frondoso inundando la ladera de la colina
El palacio surge caprichoso también allá en lo alto. Entre tintes lavandas, amarillos y rosados juega con el espacio, entre su fantasía y lo inesperado
No sólo juega colores sino formas y atavíos que pueden muy bien ser o no unidad
La puerta por la que entramos parece árabe
y el final del corredor que lleva al interior me recuerda al modernismo de Gaudí
Pero me cuentan que el palacio lo construyó el arquitecto prusiano Ludwig von Eschwege en 1840 utilizando un estilo manuelino y que fue encargado por el rey Fernando, marido de la reina María II. Igual, es magnífico, divertido, laberíntico; sus torres juguetonas,
sus atalayas, románticas
Cada parte es una curiosidad, un mundo, desde la fachada principal
a las vistas de la parte posterior desde donde también se puede ver el castillo moro,
Después de ver el interior del palacio y las muchas habitaciones que permanecen tal y como las dejó la reina Amelia cuando tuvo que abandonarlo al declararse la república en 1910, emprendemos camino hacia nuestro nuevo destino. Nos alejamos de la ciudad y encontramos un rincón en el camino, un merendero donde comemos la comida de campo más rica junto a un lugar que también parece de ensueño entre sus verdes, el agua y sus nenúfares
No puede terminar el día sin hacer una parada más, un destino del que nadie se puede olvidar, Cabo de Roca, el punto más occidental de europa. Es allí a donde vamos, donde nos sentamos a tomar un café mirando a este mar
Luego caminamos junto a este desfiladero, en este escenario que una vez más te empequeñece
¿Cómo será mirarlo desde el faro?
sábado, abril 28, 2007
Lisboa, sobre siete colinas
Dicen que Ulises, estando en Portugal, se enamoró de una lusitana a quien abandonó cuando regresó a Grecia. Ella lloró tanto su partida que se convertió en serpiente y fue en su busca. Así, con su sinuoso andar, contruyó las siete colinas sobre las que descansa Lisboa.
Hoy vemos la ciudad desde arriba y comenzamos nuestra visita desde la plaza del Teatro Nacional y caminar hasta el elevador de Santa Justa, que te lleva al mirador. Insustituíble esa imagen desde lo alto, los tejados, el tejido de las calles y plazas, las buhardillas, las iglesias, el río a lo lejos
Me emocionan estos cuadros vivos que se pintan con la luz y el color de los días.
Disfruto cada ángulo del horizonte y de ese vertiginoso despliegue de claridad que del día que lo hace aún más emocionante. Desde lo más alto del mirador, volvemos a bajar la escalera de caracol. Ahora el turno es de ellas,
que se reúnen con parte del grupo para esperar a los demás
¿Quién ha ido a Lisboa y no ha subido en ese ascensor? ¿Quién no ha montado en tranvía?
Eso hacemos para subir hasta el mirador de Santa Lucía un momento, antes de caminar por las calles del distrito de Alfama,
admirar algunos de los instantes de imágenes eternas
y de sentarnos a tomar un café y charlar con uno de los poetas que a menudo releo y que me sigue llenando de sorpresas, Fernando Pessoa
Hoy Carlos nos lleva a comer a su tasca favorita, al restaurante donde come muchos días. La comida es deliciosa, las entradas, el bacalao, los calamares, el vino de la casa, el postre; los platos tan abundantes que asustan (se nos vuelve a olvidar compartir un plato para dos). Esta sí es nuestra primera comida con el resto del grupo, todos juntos. Ya somos doce, un número perfecto.
Nuestra última mirada desde lo alto la hacemos dede el castillo de San Jorge, castillo que originalmente fue morisco para luego convertirse en palacio y prisión y más tarde pasar a ser el recinto tranquilo que hoy acoge a turistas y desde donde la ciudad se vislumbra y te empequeñece. La vista vuelve a ser espectacular
El paseo lo hacemos léntamente, recorremos los rincones del castillo, sus jardines, sus terrazas y corredores. La ciudad se siente plácida desde esa altura. Luego bajamos una vez más hasta el mirador de Santa Lucía. Es imposible resistirse al encanto de esta sencillez y su espacio
Antes de que se vaya el sol, cuando ya la luna ha salido, vemos la catedral
El día se nos termina pero aún la noche vive, y lo hace con fado. Vamos a escucharlo a un lugar del Barrio Alto, Machado. Es un sitio en el que se cena o se toman copas y escuchas música. El respeto por la música es maravilloso. Nadie hace ruido cuando los músicos tocan y cantan, nadie se mueve, todos escuchan. No hay amplificación pero todo se oye. Nos cuenta Carlos que el fado es sentimiento, que hay que entender la letra. Y a pesar de no entenderla, la música en sí y la expresión de los cantantes son suficientes para emocionarte. El cuerpo de los cantantes no se viste de movimiento pero igual, lo hermoso de su cantar te llega al alma.
Nos hacemos amigos de João Alberto, que toca guitarra portuguesa (el instrumento con forma de bandurria grande, de doce cuerdas) y del violista (a la guitarra española la llaman viola), Júlio Garcia, y hablamos un rato con ellos. Las ciudades no serían lo que son sin su gente. Hablando esta noche con João vuelvo a sentir esa dulzura y amabilidad que he sentido con otras personas portuguesas en estos días, un respeto por el otro, una amabilidad única y particular.
Hoy vemos la ciudad desde arriba y comenzamos nuestra visita desde la plaza del Teatro Nacional y caminar hasta el elevador de Santa Justa, que te lleva al mirador. Insustituíble esa imagen desde lo alto, los tejados, el tejido de las calles y plazas, las buhardillas, las iglesias, el río a lo lejos
Me emocionan estos cuadros vivos que se pintan con la luz y el color de los días.
Disfruto cada ángulo del horizonte y de ese vertiginoso despliegue de claridad que del día que lo hace aún más emocionante. Desde lo más alto del mirador, volvemos a bajar la escalera de caracol. Ahora el turno es de ellas,
que se reúnen con parte del grupo para esperar a los demás
¿Quién ha ido a Lisboa y no ha subido en ese ascensor? ¿Quién no ha montado en tranvía?
Eso hacemos para subir hasta el mirador de Santa Lucía un momento, antes de caminar por las calles del distrito de Alfama,
admirar algunos de los instantes de imágenes eternas
y de sentarnos a tomar un café y charlar con uno de los poetas que a menudo releo y que me sigue llenando de sorpresas, Fernando Pessoa
Hoy Carlos nos lleva a comer a su tasca favorita, al restaurante donde come muchos días. La comida es deliciosa, las entradas, el bacalao, los calamares, el vino de la casa, el postre; los platos tan abundantes que asustan (se nos vuelve a olvidar compartir un plato para dos). Esta sí es nuestra primera comida con el resto del grupo, todos juntos. Ya somos doce, un número perfecto.
Nuestra última mirada desde lo alto la hacemos dede el castillo de San Jorge, castillo que originalmente fue morisco para luego convertirse en palacio y prisión y más tarde pasar a ser el recinto tranquilo que hoy acoge a turistas y desde donde la ciudad se vislumbra y te empequeñece. La vista vuelve a ser espectacular
El paseo lo hacemos léntamente, recorremos los rincones del castillo, sus jardines, sus terrazas y corredores. La ciudad se siente plácida desde esa altura. Luego bajamos una vez más hasta el mirador de Santa Lucía. Es imposible resistirse al encanto de esta sencillez y su espacio
Antes de que se vaya el sol, cuando ya la luna ha salido, vemos la catedral
El día se nos termina pero aún la noche vive, y lo hace con fado. Vamos a escucharlo a un lugar del Barrio Alto, Machado. Es un sitio en el que se cena o se toman copas y escuchas música. El respeto por la música es maravilloso. Nadie hace ruido cuando los músicos tocan y cantan, nadie se mueve, todos escuchan. No hay amplificación pero todo se oye. Nos cuenta Carlos que el fado es sentimiento, que hay que entender la letra. Y a pesar de no entenderla, la música en sí y la expresión de los cantantes son suficientes para emocionarte. El cuerpo de los cantantes no se viste de movimiento pero igual, lo hermoso de su cantar te llega al alma.
Nos hacemos amigos de João Alberto, que toca guitarra portuguesa (el instrumento con forma de bandurria grande, de doce cuerdas) y del violista (a la guitarra española la llaman viola), Júlio Garcia, y hablamos un rato con ellos. Las ciudades no serían lo que son sin su gente. Hablando esta noche con João vuelvo a sentir esa dulzura y amabilidad que he sentido con otras personas portuguesas en estos días, un respeto por el otro, una amabilidad única y particular.
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