Desde siempre he querido conocer Sintra, esa ciudad que dicen que pudiera ser una página sacada de un libro de hadas. Siempre la he imaginado mágica, idílica, un algo de cuento. (¿Por qué imaginamos y con esas imágenes inventadas vivimos? ¿Por qué nunca he querido ver fotos de la ciudad y ver su realidad?) Y así es, aunque la cantidad de turistas de hoy (la gran mayoría españoles, pero también italianos, franceses, portugueses y algún que otro inglés) le roba un poco de ese idilio y la imaginando ha de seguir pactando una tregua con la realidad.
A pocos kilómetros de Lisboa, Sintra se asienta carismática y única entre un entorno de verdes y colinas. Pasamos por el centro y dejamos de lado el palacio nacional
y algún que otro recinto de ensueños
Hay espacios que son magnéticos, ubicaciones que nacen con un don especial y que siglo tras siglo son elegidas por unos y otros para construir sus lugares sagrados, sus viviendas, sus palacetes. Los primeros ibéricos hicieron de esta ciudad un lugar de culto para sus dioses, luego los moros levantaron allí su castillo, la edad media le construyó monasterios y la nobleza portuguesa encontró en Sintra su refugio después del terremoto de 1755; en el siglo XIX, se convirtió en el centro de la arquitectura romántica.
La subida al palacio de la Peña (Pena en portugués) es maravillosa, los árboles entrelanzando el camino, la vegetación caprichosa, el bosque frondoso inundando la ladera de la colina
El palacio surge caprichoso también allá en lo alto. Entre tintes lavandas, amarillos y rosados juega con el espacio, entre su fantasía y lo inesperado
No sólo juega colores sino formas y atavíos que pueden muy bien ser o no unidad
La puerta por la que entramos parece árabe
y el final del corredor que lleva al interior me recuerda al modernismo de Gaudí
Pero me cuentan que el palacio lo construyó el arquitecto prusiano Ludwig von Eschwege en 1840 utilizando un estilo manuelino y que fue encargado por el rey Fernando, marido de la reina María II. Igual, es magnífico, divertido, laberíntico; sus torres juguetonas,
sus atalayas, románticas
Cada parte es una curiosidad, un mundo, desde la fachada principal
a las vistas de la parte posterior desde donde también se puede ver el castillo moro,
Después de ver el interior del palacio y las muchas habitaciones que permanecen tal y como las dejó la reina Amelia cuando tuvo que abandonarlo al declararse la república en 1910, emprendemos camino hacia nuestro nuevo destino. Nos alejamos de la ciudad y encontramos un rincón en el camino, un merendero donde comemos la comida de campo más rica junto a un lugar que también parece de ensueño entre sus verdes, el agua y sus nenúfares
No puede terminar el día sin hacer una parada más, un destino del que nadie se puede olvidar, Cabo de Roca, el punto más occidental de europa. Es allí a donde vamos, donde nos sentamos a tomar un café mirando a este mar
Luego caminamos junto a este desfiladero, en este escenario que una vez más te empequeñece
¿Cómo será mirarlo desde el faro?
2 comentarios:
Creo que has hecho méritos suficientes como para que Portugal te nombre hija adoptiva.
Tawaki, este viaje a Portugal fue una preciosidad, no sólo por los lugares sino por quienes lo hicimos.
Muchas gracias por tu/s comentario/s
Un abrazo
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