Sí, sea como sea, es bueno tener pueblo, un rincón donde llegar, un hueco que recuerda tu forma, al que te acoplas, punto donde el cambio de aires, literalmente, es maravilloso. Además, es campo y silencio por las noches y una historia interminable de certezas que desde siempre parecen haber estado sucediendo, como las golondrinas que ya desde la primavera se anuncian, se apropian de espacios
y fecundan idilios para recibir al verano que hay que vivir en pareja
Por la calle mayor,
la gente te mira al pasar. Tal vez por las pintas te sacan y saben de quien eres. Igual yo, que con mi mala memoria, no recuerdo nombres y sólo las caras me dicen que esta y aquella señora son de tal familia. Me da pena no recordar más detalles porque son personas a quienes he visto durante años y me digo que debo prestar más atención y retener estas historias que siempre he confiado en la memoria de otros para que me las cuenten.
Ya lo decía el otro día, mi pueblo es un poco destartalado y desigual. Algún rastro queda de otros pasados un poco más regios (no sé si regios pero tal vez sí más generosos). Érase una vez que en Lagunilla hubo una casa que funcionó como hospital durante la Guerra de la Independencia
En el hospital de Santo Domingo –así lo llamaban- atendían a los enfermos de la zona e incluso llegaron a atender a algún francés. Me cuenta mamá que años después el hospital se convirtió en asilo llevado por monjas Franciscanas. En él acogían a 12 ancianos y 12 ancianas de Las Hurdes, y a un anciano y una anciana del pueblo. Con el tiempo, el asilo dejó de funcionar como tal y lo ocuparon cuatro monjas Carmelitas que ya no cuidaban a gente sino que rezaban, hacían labores y enseñaban a bordar a las chicas del pueblo. En algún momento, cuado las monjas Carmelitas se fueron, subían a veranear ahí los seminaristas de Coria.
Años después, cuando el pueblo vendió la casa parroquial, era en ese antiguo hospital donde los sacerdotes vivían con sus familias (padres y hermanos o hermanas, no penséis mal). Hace unos treinta años llegó a funcionar como centro cultural. Ahora, el descuido lo ha destruído y llenado de escombros.
Enfrente, la otra joya histórica del pueblo, un palacio que perteneció a la dióceses de Coria y donde subía a veranear el obispo. Dentro del palacio incluso había una capilla donde se oficiaba misa. Con el señor obispo venían monjas y gran séquito y boato. Cuando Lagunilla pasó a pertenecer a la dióceses de Salamanca, el Obispo lo vendió. El alcalde del momento, en lugar de comprarlo para el pueblo, se lo vendió a un particular por una cantidad minima de dinero (pesetas en ese momento), casa, jardintes, capilla, séquito y boato incluídos. Esta tarde sólo me asomo a la verja
y sigo caminando para encontrar esta imagen que me parece tan refrescante, esa tertulia, la sensación de calma y pertenencia del momento y lugar
Antes del atardecer, este es el perfil en la brevedad de una luz de anochecida,
y esta la plaza en la que el olivo que plantaron hace unos años ya se va haciendo grande.
Sí, es bueno tener pueblo
4 comentarios:
Guau, qué fotos... Besos.
Gracias Sir John, siempre es bueno tenerte por aquí.
Un abrazo
Yo tenía dos, el tiempo, la vida, se los engulló, pero bueno, los recuerdos de aquellos fines de semana y veranos en los mismos, ahí quedan para siempre...
Wilde, estoy segura de que esos recuerdos son inolvidables. Bonito.
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